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Música argentina del Siglo XXI. Artistas más votados: #14, Valle de Muñecas

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Por Marco Sanguinetti
Músico (Pibe A,No-Jazz Collective) y diseñador industrial

Dime quién te escucha y te diré cómo suenas. El siglo XXI arrancó hace rato. En la vereda para entrar a escuchar a Valle de Muñecas somos jóvenes (de espíritu) con entre 30 y 50 en el DNI. Hombres barbudos con algunas canas y prominentes panzas, en perfecto equilibrio entre lo primitivo y lo sensible. Algunos pelados también, claro. Mujeres de belleza auténtica no buscada pero inevitable, portadoras de anteojos cancheros y melenas despeinadas. Cuerpos ilustrados con tatuajes precisos, sin exceso de color, muchos jeans y zapatillas. Disfrutadores mensurados del tabaco, el alcohol y otras sustancias. Como siempre, los fumadores son los últimos en ingresar. Con cierta calma, dando tiempo a las cosas, atravesamos las puertas dispuestos a digerir el momento por venir. Vinimos a escuchar buena música.

Jesus and Mary Chain, Bowie, Cure, Radiohead y otros británicos armaron el soundtrack de nuestra juventud. ¿Algo que ver con Valle de Muñecas? Sin dudas, la melancolía, unas guitarras y varios climas. Aunque si jugamos a los parecidos, el ADN seguramente revele algo de Television y R.E.M. Afirmaciones que suenan escandalosas, pero que se vuelven convincentes al realizar un largo viaje en auto en compañía de los discos completos de todos ellos. Y el rock argentino... Abandonó el viejo milenio muy debilitado. Si no fuera por Spinetta, Cerati y Divididos, el rumbo hubiera sido incierto. La cultura futbolera que invadió a esta música no aportó nada más que ritmos básicos para carnavales en malas fiestas de casamiento. Por otra parte, la consagración de los Pomelos, de mirada oculta en lentes y falta de ideas al hablar, expandió un virus de pura postura y poquísima musicalidad.

Valle de Muñecas atrae por su autenticidad. El rock local necesitaba buenos músicos dedicados a hacer buena música. Cuando Manza, Lulo, Mariano y Fernando aparecen en escena se nota que tienen todo bien preparado. Sin anuncios ponen a correr la primera canción potente, una sucesión de acordes bien enfocados. La banda construye los momentos sin dudar, comprometidos con el plan de sonar tan prolijos como si estuvieran grabando un disco en vivo. Con las primeras notas todos revelamos nuestra capacidad de ejecutar algún instrumento ilusorio sobre el aire. Surgen movimientos poco coreográficos, no se hace pogo, tampoco hay danza, sino una sincera expresión corporal en tono rítmico. Acompañamos las letras con poco grito, cantando hacia adentro en rostros de placer o sufrimiento, según corresponda al argumento que se recita. Si estamos sentados, hay un impulso que nos pone de pie. Si estamos parados, el suelo se nos despega un poco de los zapatos. Somos un público cuya principal actividad es la escucha. Todo lo demás nos sucede sin querer.

En escena, Manza (Mariano Esain) vuelca la fuerte identidad musical que ha desarrollado a través de años de gran productividad. “Mapas”, “Ni un diluvio más”, “Gotas en la frente”, “Días de suerte”, “Sábados” o “Cosas que nunca te digo” sirven para comprobar el carácter inconfundible de su voz, su retórica, su forma de armonizar y la sonoridad de su guitarra. Lulo (Luciano Esain) aparece como un baterista con protagonismo, lleno de propuestas, firme y delicado a la vez. Sin el respaldo de su voz ésta sería otra banda. Mariano López Gringauz sabe encontrar el contrapunto entre su bajo y las líneas vocales, además de entrelazarse con las guitarras. Fernando Blanco completa el círculo armónico-rítmico con sus cuerdas enérgicas y precisas, además de sorprender con saltos certeros que ya son imagen registrada de estos shows.

No debe ser fácil poner en vivo el sonido que logra Manza en los discos que produce. Siguiendo su creencia de que “la ansiedad nubla la razón”, se pasa obsesivo el tiempo que sea necesario para lograr la mezcla perfecta. El tratamiento sonoro de La autopista corre del océano hasta el amanecer (tercer disco del grupo, del año 2011) merece repetidas escuchas con fina atención para poder apreciar ese trabajo exhaustivo del productor. Y, sin embargo, la banda en concierto suena detallista y viva a la vez.

Cuando tocan “Mil formas de estrellarme” sabemos que estamos en presencia de un himno y cerca del final de la noche. Ésta y otras canciones de Valle de Muñecas se perfilan como clásicos argentinos. Afortunadamente, son varias las bandas que en los últimos 10 años volvieron a enfocarse en la música y pusieron nuevamente de moda el interés por el rock local. En esa luz más intensa, Manza, Lulo, Mariano y Fernando se abrazan y reciben el aplauso final cargado de afecto y agradecimiento. Lentamente, salimos a la calle donde ya están los fumadores recuperando nicotina. Se percibe la dicha por las buenas horas que pasamos ahí y la ilusión de todos por el próximo disco que, sabemos, pronto estará entre nosotros.


[Foto, gentileza de Martín Santoro]

Música argentina del Siglo XXI. Artistas más votados: #14, Los Natas

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Por Diego Mancusi
Periodista y músico (La Orquesta Carmesí), co-conductor de Monoambiente en Nacional Rock

“Los Natas son los Backstreet Boys del stoner”, berrea un fulano enojadísimo en ese maravilloso vórtice de elitismo de sótano llamado Metal Archives. Antes en su perfil definía: “jeans ajustados, campera de cuero y pelo largo representan la imagen del heavy fucking metal”. Una cosa explica la otra: la vieja guardia del rock pesado, con su imaginario tallado en piedra desde los 70, su innato recelo al cambio y su identidad mayormente obrera, recibió al grupo liderado por Sergio Ch como se recibe al rubiecito nuevo en la escuela pública. “Lo de Los Natas no es metal”, repetirán hasta hoy, negándole el status heavy a algo flagrantemente inspirado por Black Sabbath sólo por los desaires estéticos y por el pecado de acercar la música oscura a la juventud de clase media (¿y alta?) que no mamó la diáspora de V8 ni se sintió cómoda calzándose la remera de Maiden y tomándose un tren al Oeste para ver un festival con siete bandas de logo ilegible.

Sólo con esa miopía por elección se puede ver a Corsario negro (2002) como un disco en el que Los Natas -volvemos a citar al amigo Gabometal86- “se están ablandando todavía más”. Tras un par de álbumes que podríamos enmarcar en la ortodoxia valvular (sin que por ello sean menores: Ciudad de Brahman de 1999 es de lo mejor de su carrera), el trío se alía con Billy Anderson (productor de Melvins, Orange Goblin, High on Fire, Sleep, Om y demás bestias sludge), amaina el pulso, clarifica el sonido, agrega matices, se suelta y a la larga gana en contundencia. El clima queda establecido en la intro, una recreación ominosa de “Also Sprach Zarathustra” convenientemente llamada “2002”. De ahí a la marcha amenazante de “Planeta solitario”, dictada por un riff reiterativo que repta sobre una base psicodélica. La batería de Walter Broide dispara ritmos imposibles en “Patas de elefante”, mientras que “El cono del encono” es doom puro y duro, mucho más cercano a la narcolepsia dañina de Electric Wizard que a Queens of the Stone Age. La coda boogie woogie de “Lei motive” desemboca en un amigable pasaje ambiental llamado “Hey Jimmy”, pero la paz se acaba con el fraseo cortante de “Contemplando la niebla”. “Bumburi” muestra otra gran influencia: el Pappo's Blues de los primeros cuatro volúmenes, con su trote rocanrolero que promete reviente pero se ahoga en disonancia. Kyuss y Vox Dei se entrecruzan en “Americano”. Pasa el drone de un minuto “El gauchito” y llega al fin el tema que da nombre al disco, un instrumental de casi ocho minutos que sintetiza todo lo que venimos escuchando: riffs marciales sobre estructuras inquietas, atmósfera sobre groove, calma y furia sobre movimiento, pesadez sobre libertad.

V8 edita en 1983 Luchando por el metal, el big bang de todo lo que nos gusta. Casi dos décadas después Los Natas hacen de Corsario negro su “Luchando contra el metal”, un disco con el que se meten de guapos al ring del heavy y le hacen frente a todo lo que se venga con técnicas poco convencionales. ¿Consecuencias? Por un lado la acción: una nueva concepción de lo agresivo, que engendraría un público y pariría una escena, además de darles margen para estirar el género hasta lo irreconocible en el doble interestelar Toba trance (2004) y luego rebotar con el uno-dos al hueso, crudo y riffero, de El hombre montaña (2006) y Nuevo orden de la libertad (2009). Y por otro la reacción: mucho cabezón escupiendo bilis por un despiste que ni el caudillo Iorio pudo apaciguar grabando con ellos nada menos que “El ass de espadas” de Motörhead.

Música argentina del Siglo XXI. Artistas más votados: #14, Charly García

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Por Oscar Cuervo
Editor de los blogs Taller La Otra, Un largo y Uno cada día, conductor de La otra.-radio, docente.

En la mega-encuesta que emprendimos junto a La Música es del Aire y Patologías Culturales, Charly García ocupa, entre los artistas más votados,  un curioso e incómodo puesto 14, compartido con Los Natas y Valle de Muñecas, lo que deja una idea muy imprecisa de la importancia de la obra de Charly en el período que va desde el 2000 y la actualidad. Incomodidad e imprecisión de la contabilidad aritmética. Porque, por un lado, Charly es una estrella radiante en torno a la cual gira el completo sistema de la música popular argentina contemporánea; por el otro, estos últimos quince años pueden considerarse los del eclipse de la estrella. Y, sólo tal vez, un período de espera de una futura restitución de su lugar solar.

¿Según qué parámetros la importancia de Charly sería equiparable a la de Los Natas o Valle de Muñecas, e incluso quedaría atrás de Acorazado Potemkim, El Mató a un Policía Motorizado o los mismísimos Babasónicos? Según el arbitrario corte temporal que elegimos para hacer nuestra consulta y según la inexorabilidad de las opiniones sumadas una por una.

El tiempo que va del 2000 hasta hoy es el de su  indisimulable declinación, lo que lo pone muy lejos de aquellas cimas creativas: Pequeñas anécdotas sobre las instituciones (1974), Películas (1977), Grasa de las Capitales (1979), Yendo de la cama al living (1982), Clics modernos (1983), Piano Bar (1984), La hija de la lágrima (1994) o Say no more (1996), lo que va desde los grandes capítulos de la novela argentina en tiempo real, con una instantaneidad como nadie supo captar, ni en el cine ni en la literatura; menos que menos en la música; hacia el abismo negro de su cueva interior. Obras inconmensurables, postales de una percepción demasiado aguda en fricción con un mundo lacerante. Varias generaciones han preformado su sensibilidad entre los destellos y las zonas oscuras de estos discos. Sería inhumano pretender que esa entrega se prolongue perpetuamente.

La obra de Charly, como corresponde a todo gran artista romántico, se funda en el cuerpo de Charly. Y a menudo sucede que el cuerpo del artista se funde en su obra. Por eso la década del 90 termina con un cuerpo fundido: el agotamiento es efecto del dispendio que la obra demandaba. Llegado a un punto, en plena noche neoliberal, su show interminable devino en teatro de la crueldad en el que la música era la reverberación de un cuerpo exangüe.

Como fuera, si nos limitáramos a decir que el período 2000-2014 constituye su simple decadencia, sería un dictamen correcto y perezoso. Porque, si bien el ritmo creativo y la inspiración fueron apagándose, en el eclipse hubo momentos de fulgor como los que pocos o casi ningún otro músico puede ofrecernos.

En 2002, cuando casi todos desesperábamos de él, Charly nos ofrece un disco: Influencia, y en el centro del disco un tema, “Influencia”, que curiosamente él no compuso, sino extrajo de algún rincón de su caótica memoria pop. Una pieza de Todd Rundgren olvidada por todos a cuya versión original, según Charly, le faltaba producción. Y vaya si tenía razón. El modo de apropiación que lleva a cabo sobre este material ajeno es un gesto de genialidad asombrosa. No hay quizás otra canción más Charly García que esta que él no compuso. La traducción de la letra es de una elegancia insuperable, cada palabra calza no solo en la métrica, en los acentos y en el sentido, sino que también funciona como la más ajustada autoconsciencia que él podría haber plasmado. La versión concisa y serena de los años que Charly vivió en peligro. En “Influencia” (la versión), traduciendo a Rundgren, se traduce a sí mismo para el público terráqueo, con mucha mayor precisión que la que ningún observador externo podría lograr. “Debo confiar en mí,/ lo tengo que saber/ pero es muy difícil ver/ si algo controla mi ser./ Puedo ver y decir y sentir mi mente dormir/ bajo tu influencia.” Los ojos enrojecidos de su primerísimo primer plano en el arte gráfico del CD logran con elementos mínimos reforzar la connotación demoníaca a la que alude la letra. El tratamiento sonoro de la canción es límpido, con apenas el esqueleto rítmico y armónico y, bien adelante, la voz de una vulnerabilidad que el original simplemente desconocía. Ese registro vocal expone una desnudez documental que desafía los límites de un género, el pop, que suele preferir vestuarios y maquillajes.

El resto del disco se mueve con astucia entre la apropiación explícita, el plagio soterrado, la revisitación de sí mismo y la cita oculta. En “I’m not in love” extrae una frase melódica de “She’s not there”, un tema de una banda inglesa de principios de los sesenta, The Zombies. y alrededor de ese “It’s too late to say I’m sorry, baby” que Charly traspone como “es tu ley hacerme sentir culpable”, construye una explicación de su extravío existencial (“Estoy andando por las vías del tren/ haciendo cosas que no quiero hacer/ pero esto tiene una explicación/ I’m not in love”) de sabor agridulce.

También los Stones de “Sing this all together” se dan cita en “El amor espera”, una suite de varias partes (cualquier compositor menos agraciado podría hacer varios discos con las ideas musicales que Charly pone en juego en cuatro minutos y medio) que remite a momentos épicos del propio García de Sui Generis, Serú Giran o La hija de la lágrima, es decir, un Charly eterno y esencial, digno de cualquiera de sus mejores discos:

Pero si resbalas y no te caes, mi amor.
pero si tus alas no se queman al sol.
todo el mundo sabe que no puedo vivir sin vos.
Somos como peces que están fuera del mar,
fuimos tantas veces hacia el mismo lugar.
todo el mundo quiere, todo el mundo quiere olvidar.

El resto del álbum acompaña como puede a estas tres glorias. Influencia es al mismo tiempo un disco de covers ocultos y un autorretrato cuya síntesis se opone deliberadamente a la disipación de sus precedentes caóticos de los noventa.

¿Se puede hacer historia con un solo disco? Más aún, ¿con solo tres canciones? Sí, si son tres canciones tan buenas como estas. Como las que ningún otro puede hacer.

Pero por 2004 Charly todavía tiene algo más para ofrecer: una noche inolvidable en el Quilmes Rock, bajo una lluvia torrencial. Un show que empieza en modo errático pero al que la tormenta insufla de una potencia desbocada, una celebración del rock and roll y una ceremonia triunfal. Quizás se haya tratado de su mejor y a la vez su último gran show.

Lo que sobreviene es tocar fondo y tratar de vivir para contarlo. Una rehabilitación en público, en la que todos nos congratulamos por su supervivencia. Y luego el reposo de una etapa revisionista, de un Charly que se detiene a contemplar lo que ha hecho y a recrearlo respetando las partes de cada canción, como nunca antes lo había hecho. Ese revisionismo llega a su momento culminante en el Teatro Colón de “Líneas paralelas” (2013).

Lo que venga de acá en más (¿una película? ¿nuevas canciones?) es algo que comentaremos en nuestro balance de 2033.


[Foto por Maximiliano Vernazza]

Música argentina del Siglo XXI. Artistas más votados: #13, Francisco Bochatón

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Por Sebastián Lino
Músico (Los π) y periodista, co-conductor de Tren para pocos en Radio Estación Sur

Estoy cansado de andar solo en mi cabeza
y mi recuerdo es permanente sobre cosas viejas
cosas imposibles
quiero despertar una mañana en medio del silencio
y poder mirar los ojos ajenos, como en un descanso
(Cosas viejas, 1999)

Visto a la distancia, el fin de Peligrosos Gorriones en 1999 parece razonable: La banda que Francisco Bochatón formó siendo un flamante veinteañero fue una explosión de poesía, búsqueda y energía punk-alternativa ejemplar. Pero esos caminos no son fáciles de recorrer en grupo, ya que justamente la principal característica es que nunca llevan a un mismo lugar.

La ola de elogios under y amistades mainstream de la banda, permitió de alguna forma que Bochaton tenga importantes respaldos al asomar solo: Gustavo Cerati lanzó como single “Paseo inmoral” en 1999, cuya letra es autoría del platense y no sólo fue un hit en toda Latinoamérica: fue la ratificación de que Francisco tenía aún grandes ideas para desarrollar. Cazuela, su debut, soltó canciones lúdicas pero relajadas, músicos invitados, electrónica y arreglos de vientos vistiendo pequeñas poesías catárticas. Casi un prototipo a seguir para una nueva ola de cantautores; salvo, claro está, por el detalle de que no hay prototipos.

Analizándolo, puede que la guía sea el perfil bajo, la no-demagogia. Flopa y María Gabriela Epumer dejaron sus aportes en Mundo de acción (2002) y Hasta decir palabra (2003). No es casual. Pasar de la ansiedad Gorriona a esas conexiones femeninas parece haberle dado una gran claridad a lo críptico de los sentimientos con que Bochatón luchaba de frase en frase, y eso se celebra y corona con el perfecto pop de Completo (2004), una compilación de temas sueltos y EPs que suena como un grandes éxitos. ¿Pero tiene hits de verdad? Podría decirse que sí. “Pastillas celestes”, una canción de un minuto sin repetir y sin soplar donde se pasa del desamparo extremo a una sonrisa valiente: “Se me acabó el vino (…) Hace dos horas que estoy llorando/ voy a llamar”.

Guitarras acústicas, pianos sutiles y aún más sutiles loops completan las melodías de esa época (“Puerto amar”, “El candado”) y parece no hacer falta nada más. Una versión de “Imágenes paganas” (en el tributo a Virus editado por la Universidad Nacional de La Plata) complementa ese momento de contemplaciones suaves y la voz en su punto justo de intensidades pronunciando el silencio.
¿Ya no hay estruendos, riffs, adrenalina? Sí, cómo no: “Estacas”, “Mundo de acción”... Pero lo mejor no deja de ser ese presente dulce tan bien titulado en el disco La tranquilidad después de la paliza (2005). Hay más electricidad, pero antes que todo hay canciones perfectas, concretas y conectadas a la maduración de otros contemporáneos como Estelares, Ariel Minimal y Jaime Sin Tierra.

Hoy, esa etapa también deja su estela de influencias en jóvenes como Antolín, Valentin y Los Volcanes… prácticamente todos los que entran dentro del termino indie tienen ese fluir de frases enigmáticas que culminan en otras más cotidianas, suspiros desganados que terminan en estribillos crecientes y un innegable gusto punk aún si entonan repetidamente melosidades como “vuélveme a enamorar”.

Suena razonable entonces que hoy estén de vuelta los Peligrosos Gorriones, para descargar nuevos riffs en un nuevo disco, nuevas irracionalidades e inquietudes en el choque de las cuatro personas que forman la banda. Una de ellas es este nuevo Bochatón, que no sabe como se le ocurrió, pero si sabe que dio la vuelta entera.

Va a ser mejor que empiece a darme cuenta
que lo que está en mi mente se vacía,
que el terror es pura fantasía,
es conveniente que empiece a darme cuenta…
(“ESTO!”, Peligrosos Gorriones).

Música argentina del Siglo XXI. Artistas más votados: #12, Gabo Ferro

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Por Carmen Cuervo
Productora de La otra.-radio

Porco fue el primer grupo musical de Gabo Ferro, un cantante por entonces extremadamente joven que se veía a sí mismo atravesado por el Eros y la muerte. En 1998 Gabo Ferro abandonó Porco, banda hardcore que fue una de las más importantes de la escena under argentina.

Gabo pasó los primeros 5 años del siglo en un silencio musical. Recién en el año 2005 edita su primer álbum solista, Canciones que un hombre no debería cantar, obra que este año cumple una década. Pidió una guitarra prestada y compuso en ocho días los doce temas que conformarían el disco. No se iba a grabar, porque Gabo suponía que nadie iba a comprarlo dado que su estilo había cambiado desde la distorsión y la furia hacia la calma de la guitarra acústica y su voz. Ariel Minimal lo produjo y un amigo poeta le prestó el dinero para editarlo.

Así explica la incisiva pluma de Gabo la razón de su título en el booklet del disco:
"“¡Un hombre no debería cantar cosas así!” declaraba escandalizada Edith Piaf en 1959 después de escuchar interpretar a Jaques Brel Ne me quitte pas.
Allí Brel interpretaba a un hombre que suplicaba no ser abandonado bajo palabra de reducirse casi a la nada. ¿Qué escandalizaba a la Piaf? ¿Acaso ver a un hombre en el lugar que cierta (gran) parte de la sociedad y la cultura venían (con pocas excepciones) colocando a la mujer?¿Qué cosas deberíamos, entonces, cantar los hombres?".

Gabo Ferro dice que la letra de una canción tiene que ser poesía y se compone con el mismo rigor con que se escribe un poema. Y también sostiene que un disco es como un libro que debe girar alrededor de un eje temático. Sus discos llevan a la práctica estas convicciones. Su material son las emociones fuertes, la tristeza y la alegría, el amor, la política. Hay una canción que dice “"Hay una guerra allá afuera y te estoy invitando"”, que es una invitación a la lucha social y política por una existencia que se justifique a sí misma.
Su voz va alternando entre el chirrido del alarido y la delicadeza del susurro (cuando no del silencio) pasando por innumerables variables.

Desde el 2005 hasta hoy, grabó 7 discos solistas siendo el último La primera noche del fantasma; y varios más en colaboración, el más reciente El veneno de los milagros con Luciana Jury. En este disco, la poética de Gabo se enlaza con la energía multiplicada de sus voces demoledoras y sus guitarras.


[Foto de Gabo por Silvina Gautier]

Música argentina del Siglo XXI. Artistas más votados: #12, Coiffeur

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Por Maximiliano Diomedi
Conductor de Patologías culturales, músico y poeta

COIFFEUR: HOLOGRAMA CON MOVIMIENTO

"El momento, la acción, el movimiento. ¿A vos qué te parece? ¿qué pensás al respecto?". (Qué mala suerte, 2006).

La aparición de Coiffeur en 2005 trajo una frescura celebrada en esos primeros años del siglo XXI. Llegó del oeste con una voz urgente que, envuelta en susurros, desafiaba con cantar "al oído", pero al rato nomás era alzada para contar historias de caras sonrojadas, purpurinas en el armario, besos en el placard, siestas abrazados y sentimientos difíciles de expresar. Esa grabación austera fue el primer paso en la búsqueda por dejar constancia de un mundo propio que incluía conceptos, palabras y sonidos que lo sacarían del lugar común del músico de "postura macha", como cantaba Moris. Las suyas, en el fondo, quizás también fueran, en palabras de Gabo Ferro, canciones que un hombre no debía cantar. Coiffeur percibió que estaba empezando "una nueva era para salir a caminar buscando el sol" y decidió intervenir a fondo.

Vamos a lo formal: estamos hablando de Primer corte, su disco debut, una propuesta construida sobre ritmos acelerados (a excepción de la hermosísima "Rocío") comandados por la guitarra criolla y su voz. Sin darnos cuenta ya pasaron diez años de aquel descubrimiento y es notable el aura especial que conserva. Es, también, una muestra en miniatura del potencial musical que pululaba en el oeste del Gran Buenos Aires y que Coiffeur puso a dialogar en sus canciones. Guillermo Beresñak fue su productor, Aldo Benitez su coequiper en la composición de "Buenos recuerdos" y Juan Ignacio Serrano (Juanito el Cantor pocos meses después) el único invitado para tocar el acordeón en ese mismo track. Ellos cuatro son los nombres detrás del disco y hoy, quien más quien menos, pisan fuerte en el firmamento de la música argentina.

Un año después, en 2006, aparece No es, con producción de Mariano Manza Esaín; una apuesta por sacar a la canción de la guitarra criolla y abrirla a las sonoridades de guitarras eléctricas, pianos, cuerdas, trompeta, batería y hasta flauta traversa.

Si en Primer corte la voz de Guillermo Alonso crujía y su toque recordaba a Leo García (un faro, quizás, y uno de los primeros en agarrar una guitarra criolla y castigarla como si sus rasguidos fuesen hachazos, espíritu de Tanguito mediante, combinando eso con una interpretación desbocada y la ambigüedad en letras como "Morrissey"), en No es Coiffeur incorpora el galope. El ejemplo es "Qué mala suerte", la cancion comandada por su mano derecha donde queda explicitado cuál es el meollo de su búsqueda artística: "Sigo buscando la voz/ que me hable de vos de nuevas maneras". Sigue abocado a captar el aroma de la época, a profundizar en aquellas formas poéticas iniciadas un año antes sin nunca olvidar (¿sin nunca olvidar?) que el arte se trata también de dejar "entrever". Con este disco se volvió un experto en eso, un holograma en movimiento.

El paso siguiente fue El Tonel de las Danaides, un disco desconcertante, enigmático y aún por descubrir, al menos para mí.

Cuando aparece el EP Nada (2012) resurge nuevamente la pregunta por la voz, que a esta altura es la pregunta por el rumbo. Lo de Coiffeur nunca fueron las certezas sino, más bien, las dudas, los interrogantes filosóficos, la idea de ir por lo imposible (¿lo inútil?) trabajando con la materia sonora. En "Mientras tanto" aparece la confusión y canta: "No es tan claro decidir/ hacia qué lugar ir/ reafirmar o preguntárselo de nuevo". Y sigue: "Las palabras desgastadas/ que en un momento fueron claves/ ya no dicen demasiado en nuestro presente". Algo cambió rotundamente y ahora acude a nuestro encuentro "vuelto experimento", distinto, con un sonido que prescinde de las guitarras y se zambulle en los teclados y las maquinas que invitan a bailar (con "movimientos torpes").

Vuelvo a su primer corte. "No me lo digas/ ya lo sé", canta en "Al oído", la canción con la que inaugura su discografía. Si bien estaba todo sobreentendido (aquello que dejó entrever) aún había algo que pareciera no poder gritarse a viva voz y por eso, en esa canción, cierra el episodio diciendo "Salgamos a bailar", que es como decir dejemos que hablen los cuerpos. Es notorio cómo esa frase, varios años después, será clave para entender el giro que dará su música, que se verá totalmente copada por sintetizadores y programaciones al servicio del baile. Basta ver un concierto suyo para apreciar que su cuerpo en escena está predispuesto al movimiento. Ese giro aparece en la tapa de su último disco Conquista de lo inútil (2013), cita homenaje a Werner Herzog, donde por primera vez se lo ve a él, de cuerpo entero, haciendo una pirueta en el aire. Quizá la pregunta ahora consista en pensar qué puede un cuerpo llevado de la mano de la música. Quizá la respuesta esté anidando en su último disco y en las canciones por venir.


[Foto de Coiffeur por Gianni Bellone]

Música argentina del Siglo XXI. Artistas más votados: #12, Acorazado Potemkin

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Por Santiago Segura

Una guitarra entrecortada de sonido sucio y rítmica tangoide da comienzo a Mugre (2011), debut discográfico de Acorazado Potemkin. El primer estribillo del trío que conforman Juan Pablo Fernández, Federico Ghazarossian y Luciano Esain grita: "En algo vos y yo nos parecemos: andar buscando revancha". En "Algo", la canción que contiene esa guitarra renegada y ese estribillo desafiante, está condensado el estilo de un grupo que con dos discos ya se hizo lugar entre los artistas más interesantes de los últimos quince años (aunque el proyecto apenas si llega a los seis años de vida).

Sabemos que Acorazado corre con ventaja: son una banda nueva pero sus tres componentes llevan años batallando escenarios. Perdonen por repetirlo pero es inevitable: Ghazarossian fue bajista de Don Cornelio y Los Visitantes, además de empuñar el contrabajo en Me Darás Mil Hijos y junto a los tangueros Cardenal Domínguez y Ezequiel Uhart; Fernández era la voz de la Pequeña Orquesta Reincidentes; Esain golpeaba parches en Plaimobyl y grabó en discos clave de estos años como Flopa Manza Minimal y No es de Coiffeur, mientras que hoy (com)parte los tiempos del trío con su labor en Valle de Muñecas y Motorama.

Aquella revancha de "Algo", entonces, es en verdad la sed de renovación de tipos con pasado frondoso en el rock, esta vez con la idea de "recrear el espíritu adolescente, el impulso de cuando uno es más chico". ¿Qué mejor manera de hacerlo que formando un trío de rock crudo, que reivindica el do it yourself del punk pero con un acento innegablemente argentino? Ellos mismos lo aseguraron en más de una entrevista, ése es el punto de partida o, mejor, el punto de fuga: recuperar la vitalidad, volver a las fuentes. La construcción de un idioma propio va de la mano con la ecuación banda nueva - músicos experimentados que vienen a recuperar su territorio. A un nivel extremo: Ghazarossian había abandonado el bajo eléctrico desde el final de Los Visitantes hasta Potemkin.

Si repasamos la historia de los tríos en el rock argentino, Acorazado Potemkin ocupa un lugar singular. El virtuosismo que suele exigírsele a un grupo de tres aquí pasa por otro lado: lo virtuoso son los fraseos vocales arrastrados de Fernández, la (en especial, desde Remolino, el segundo disco) inamovible segunda voz de Lulo Esain que refuerza la potencia armónica del grupo, el bajo de tenor tanguero de Ghazarossian, un galopador de espacios excelso. Así la combustión llega siempre de a tres, ni por solos de guitarra incendiarios (eso que Mollo o Cerati podían hacer); ni por violencia percusiva, porque Luciano le pega fuerte pero lo interesante no es su fuerza sino dónde entran los golpes; lejos de la demolición desprolija de, por caso, Catriel Ciavarella. Chequeen como ejemplo "A lo mejor" y la respuesta de la batería al ¿solo? de guitarra. Casi como los hachazos aplicados a la carne-suela en el film de Sergei Eisenstein.

La puesta en recuperación de un sonido sucio y espeso logra una comunión de letra y música dotada de total argentinidad. Por eso se escuchan casi como una traición (exageremos) los versos en inglés de "Smiley ghost": no hay forma de que Acorazado Potemkin pueda cantar en otro idioma, el de ellos es un sonido local. De Rivero y de orilla, de pronunciación y acentos. De palabra y sonido, bah, que deberían ser siempre inescindibles.

Nobleza obliga: esa traición del tema de Mugre es un pequeño detalle ante el mundo que arroja la poética de la banda, que descansa en buena parte en la pluma de Juan Pablo Fernández pero también se vale de otros autores para afirmar un temario oscuro, crudo (el músico y actor correntino Yayo Cáceres; los poetas José Watanabe, Diana Bellesi y Rosa Lesca; el propio Ghazarossian; la brasileña Adriana Calcanhotto, readaptada al lenguaje sonoro de la banda). Las letras puedan leerse solas y se la bancan, hay en sus historias (¡hay historias, muchas!) un dolor y una furia que, de todas maneras, se completa con lo que suena la banda. El recurso de la enumeración se repite tanto en Mugre como en Remolino, con resultados notables: no es sencillo liberar tantas palabras (algunas estrofas son harto extensas) en formato canción, muchas veces sin rima o con una métrica que rompe la estrofa. En la experiencia del decidor Fernández y el misterio-trance-fuerza que pueden lograr con la música está la resolución. Lean (y luego escuchen, si pueden) algunas de esas marejadas de palabras:

Hay un desayuno servido,
en la mano del carcelero y no hay más que hablar.
Y no hay más, no hay más que guantes nuevos
en la mano del carcelero, que nunca es igual
Pero hay más, hay relámpagos arriba, hay rayos truenos sabés que hay más,
la nube negra más hermosa y las ventanas tiemblan más
No llores, nena, que es nuestro lugar, que es nuestra ley
que es nuestra noche de tormenta.
(Desayuno)

Nadie más cruzó el Carcarañá, nadie más hizo destino.
Nadie pisa el palo roto, el barro que se abre de par en par
Mes a mes, se acercan hasta acá zorzales negros sin nido,
y cantan, gritan, chillan, dicen "vengan, vamos
no hay que esperar más".
(Remolino)

Así hay miles. La geografía (física: del cuerpo y los lugares) de las letras también marca esa aridez. La carbonera de la Ruta 202; el hombro izquierdo que no se usará jamás sin el pelo de otro posado en él; la cárcel; la maternidad; los hogares destemplados; la prostituta que da su nombre verdadero; la gente que deja su pueblo; el tren Sarmiento y la avenida Rivadavia en una versión cuánto menos romántica e idílica que la de Manal; ¡la envidia a los muertos!; la línea que "se cruza para no volver"; las rubias teñidas; el perro que ladra al barrendero; el pan de un facho que, vaya problema, gusta igual (chequeen el ritmo marcial del tema y comprenderán que la amalgama de música y letra no es joda); el agua marrón del Río Carcarañá; las astillas de un espejo roto. En fin: la otra calle.

Esto sucede en Mugre y Remolino, disco en que afilan, cristalizan y sintetizan (tampoco es casualidad que dure unos minutos menos) la densidad del debut. Si alguna vez Juan Pablo Fernández declaró que le interesaba mucho "la idea de la belleza a partir de la tensión", bien puede decirse que la búsqueda dio sus frutos y que el grupo es eso: un conjunto de tres tipos que aportan lo suyo en el tire y afloje, tres identidades fuertes que se funden. ¿Qué pasara en el futuro? Ellos mismos se pusieron la vara muy alta desde el comienzo, por lo que no les queda otra opción que reafirmar sus voluntades, su horizonte, su sonido y su poesía en lo que venga.

Les tiene que tocar y se lo merecen: en este Acorazado no se da carne podrida.


[Foto por Victoria Schwindt]

Música argentina del Siglo XXI. Artistas más votados: #11, Juana Molina

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Por Oscar Cuervo
Editor de los blogs Taller La Otra, Un largo y Uno cada día, conductor de La otra.-radio, docente.

Si tengo que pensar en las piezas más bellas de la música argentina del siglo que comienza, se me aparecen obras que son destilados de las grandes tradiciones populares del siglo anterior: el folk límpido, elegante y final de Cerati, la aspereza con que Liliana Herrero deconstruye la proyección folklórica modernista de los 60 y la repone en un contexto surcado por el rock y la nueva canción latinoamericana, las crónicas negras del Salmón, como exasperación resacosa del realismo urbano de Moris y Manal, la voz salvaje de Luciana Jury que trae ecos de todas las voces de todos los desiertos que lleva en su sangre… Pero si tengo que pensar en una forma cancionística (es un decir) que se afinque directamente en el siglo XXI, lo primero y lo segundo que se me ocurre es Juana Molina. Me explico: en un juego retro-prospectivo, yo podría pensarme en los 80 imaginándome canciones como las de El Salmón, Maldigo, Fuerza Natural o En desmesura, como prolongaciones posibles de la música popular argentina moderna. Obviamente, no podría imaginar las canciones mismas, pero sí la línea de puntos que ellas vendrían a ocupar en continuidad con aquel presente ya pasado. En cambio, no parece que la forma musical que cultiva Juana Molina a partir de su disco Segundo pudiera preverse en los años 80 (a menos que se prestara atención a un detalle muy lateral y anómalo de aquel entonces, sobre el que volveré).

En la canción juanina (¿o molina?) tal como queda delineada a partir de Segundo, hay una nueva sintaxis pop que se hizo posible por la mutación de las condiciones de producción de la música, una artesanía tecno-hogareña que prueba timbres inauditos, casi cómicos, en el galponcito del fondo de su casa y enuncia sus voces desde esa intimidad. Juana hace música como quien dibuja sola en su gabinete en las horas altas de la noche, sin pensar en “mi nuevo disco”; menos aún en “los Cuarenta Principales”, o “cuántas estrellas me pondrá la Rolling Stone”. Ella pensó desde hace mucho la música de otro modo, como si probara y anotara en un cuaderno variantes de comidas con los restos que hay esa vez  en la heladera e inventara manjares culinariamente incorrectos pero ricos.

A fines de los 90 era muy pronto para que alguien la entendiera y obviamente nadie la entendió. Su máxima transacción con la época fue Rara, donde la época (en ese caso, Gustavo Santaolalla) y ella cederían cada una un poco para quedar ambas bastante disconformes. No importaba. Ahí estaba el aviso de lo que Juana haría después, aún encorsetado en un formato convencional. Igual, todos estaban esperando que volviera a hacer Juana y sus hermanas. (Lo que terminaría haciendo en sus canciones, sin que nadie se diera cuenta).
Decía que hubo una anomalía en aquellos 80 a la que era muy difícil augurarle una continuación posible. Me refiero a Eduardo Mateo. Por razones locas, o por carambolas de la historia familiar o social, Juana escuchó a Mateo, igual que algunos otros lo escucharon. Pero creo que nadie como ella vio en el uruguayo un río musical a seguir navegando. Ella sí. Tomó de él la repetición maníaca, las estructuras disparatadas, el error como principio metodológico, los espacios vacíos, todas cosas que provocaron admiración en algunos y horror en otros, sin que nadie se hiciera cargo de la posibilidad de seguir navegando por ahí. Ella sí.

Los últimos años de su vida, los menos comprendidos, Eduardo Mateo vivió obsesionado con las posibilidades maquínicas de una tecnología que a fines de los 80 era poco proclive para sus ocurrencias insensatas: su música se cuadratizó hasta el cuelgue y ese fue su último gesto radical, escuchando una posibilidad que por entonces nadie más oyó. Unos años después, Juana accede a la máquina de ritmos y a la loopera y entonces encuentra un soporte tecnológico que le permite continuar eso que había escuchado en él: la busca del error, su persistencia, la construcción, capa por capa, de una arquitectura del error, hasta que éste termine por mostrarse como el único camino correcto.
Eso se hace en soledad, como decíamos, en el fondo de la casa, indiferente para y frente al mundo. Así cambia la escena de la enunciación y cambia el tono y la textura del enunciado. El suave dadaísmo cotidiano, el disparate coloquial, los humores cambiantes de una chica difícil que anota maldades en su diario íntimo: así es como Juana piensa y así es como construye sus letras. Por eso, más que sus discos, sus actuaciones en vivo son representativas de su arte creativo, a pesar de que se parecen tan poco a un recital de rock o a una peña. Juana en escena recrea su taller de canciones del fondo de su casa.

Libros, herramientas, botones, carpetas
enteros los rollos de unas telas selectas
todo se acumula y no encuentra nada
el moho y el polvo con el tiempo no acaban.

Un día decide que todo se tira
pone todo en bolsos y lo deja en la esquina
de pronto se acuerda de aquella belleza
¿por qué tiré todo? No es mi naturaleza.

Uuuh...  essso…
Tanto santo dando, sí...
Tanto santo dando, sí...
Lo tenía hace tanto...
Lo tenía hace tanto...
Lo tenía hace tanto...
Lo tenía hace tanto...

"La rata", el tema más idiosincrático de su último disco, Wed 21, contiene una exposición de su programa creativo y de su visión del mundo. Su deformidad tímbrica y sus armonías sinuosas parecen fuera de orden para su tempo swingueado, marcado desde el principio por el loop del bajo, cruzado por abruptos silencios y descargas casi punks de la guitarra distorsionada. Insinuaciones nunca apaciguadas en géneros reconocibles, que se subordinan al decir de Juana, cercano al susurro, aunque amenazando con desembocar en el brote psicótico que no llega. Lo que queda es una canción del siglo XXI.

Música argentina del Siglo XXI. Artistas más votados: #10, Liliana Herrero

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Por Patricio Féminis
Periodista de cultura, espectáculos y música popular de raíz folkórica (Caras y Caretas, Clarín, Hecho en Buenos Aires, Sudestada)

LA VOZ QUE INTERROGA

Ella trae a los ausentes y los presentes. A los idos, a los que volverán, a los que traman nuevos sentidos en las orillas caminadas: en las venideras. En memorias y en identidades aquí delante: Liliana Herrero, la entrerriana nacida en Villaguay en 1948, comparte y reúne en su voz un caudal de melodías, ritmos e interrogaciones acerca de la cultura argentina hecha sonoridad, silencios, necesidades de cambios. Ella, la que se radicó en Rosario en 1966 y se desafió a sí misma en cada uno de sus discos. La que trazó una forma inquieta y liberadora, también incómoda, para reapropiar las músicas argentinas en nuevos oídos. Retomar legados, poéticas, formas del decir de provincias; desnudar retóricas de tradición congelada; desarmar discursos sobre lo propio y lo ajeno; contener en la voz a las voces de los que no están y celebrarlas como huellas de vanguardias de otros años. Hacia un futuro pendiente.

Con diversas formas de cantar, Herrero siempre fue a buscar aquello otro de sí misma en cada proyecto, cada estela de lo que imaginó desde aquel primer disco de “folklore supermoderno”, como se lo definió entonces: Liliana Herrero (1987). El disparador de una larga cadena de discos (y voces) que influyeron, con ella como artista central, en los nuevos exponentes del folklore de esta década. Muchos públicos también se formaron con su voz: sus desafíos en cada reinterpretación de clásicos del cancionero folklórico, y la inquietud siguió fue reflotada en los discos que vinieron: Esa fulanita (1989), el segundo con producción de su amigo Fito Páez. Ya en plenos '90, desacomodada -otra vez- de los sonidos imperantes, hizo el tercer disco, Isla del Tesoro; dos años después, en 1996 sacó El diablo me anda buscando (grabado en vivo en La Plata); luego El tiempo quizás (compilación de los dos primeros discos); Recuerdos de provincia (1999) y Leguizamón-Castilla (2000). Ya en 2003, habiendo sobrevenido la crisis y el corte de época, presentó Confesión del viento; en 2004, Falú-Dávalos.

El otro universo de Herrero, el de los ríos, llegó con el disco doble de 2005, Litoral, uno de ellos dedicado al Paraná y el otro al Uruguay. Se enciman los recuerdos, las canciones, las interpretaciones, y la enumeración se detiene en momentos puntuales del disco de 2008, Igual a mi corazón, en el que versionó al tucumano Juan Quintero y al chaqueño Coqui Ortiz. También volvió sobre Fernando Cabrera, el cantautor uruguayo que ella ayudó a hacer conocer en la Argentina, ahora con “La casa de al lado”. Pero hay más razones que hicieron de Igual mi corazón un trabajo central: entre ellas, haber grabado junto a Mercedes Sosa la “Zamba del arribeño”, además de “Brillantina de agua”, de la uruguaya Ana Prada (con Marcelo Moguilevsky, Lisandro Aristimuño y Liliana Vitale), “Sonko querido” (con Lilián Saba en piano y arreglos), “Canto labriego”, de Teresa Parodi, con ella misma recitando y cantando…

Mucho podrá decirse de cada detalle pensado y concretado por Herrero en sus nuevas obras (versionar es apropiar; desarmar es recomponer) y desde los territorios del país que acercó a quienes desconocían de qué otras formas puede pensarse la música popular argentina sin clichés. Sin festejos solemnes. Así se había pensado, también, para editar su primer DVD en 2009, llamado Todos estos años de gente, con recuerdos de años, melodías y compañeros que colaboraron en sus discos previos. Liliana Herrero siempre fue un puente.

Sus últimos discos, a la fecha, son Este tiempo, de 2011, y Maldigo, de 2013: allá por marzo de este año, inquieta por encontrar la forma de expresar lo que quería, conectó con quienes fueron parte de sus tramas productivas. “Para Maldigo lo convoqué a Lisandro Aristimuño a hacer una coproducción, como he convocado a tantos otros: Diego Rolón hizo la coproducción artística de Litoral, un disco fundamental para mí, y Fernando Cabrera fue coproductor consultante. Los primeros fueron coproducidos con Fito Páez: Liliana Herrero, Esa fulanita, Isla del tesoro. No sólo artísticamente: Fito los bancó económicamente y después me los regaló. Un gesto enorme que no olvidaré jamás. Por eso, cuando me dieron el premio a la trayectoria en la música en el Fondo Nacional de las Artes, yo dije: ‘Esto que ustedes llaman la trayectoria no se me ocurrió a mí, sino a aquel señor que está parado allá y que se llama Rodolfo Páez”.

Música argentina del Siglo XXI. Artistas más votados: #9, Lisandro Aristimuño

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Por Patricio Féminis
Periodista de cultura, espectáculos y música popular de raíz folkórica (Caras y Caretas, Clarín, Hecho en Buenos Aires, Sudestada)

EL MELODISTA SIN FRONTERAS

No es extraño. La música del cantautor (una definición en tensión, ya, en la cultura sonora argentina del siglo XXI) de Viedma, Río Negro, sigue sin hallar o necesitar rótulos entre quienes, con la mente en las bateas en declive comercial, siguen buscando espejos para aquietar sus propias imágenes o preconceptos sobre los géneros. ¿Qué hace Aristimuño? ¿Qué hará mañana? A esta altura de la evolución musical del país, en que la raíz folklórica se cruza con el rock, el jazz, la electrónica y hasta las cuerdas clásicas, en un desarrollo creciente y crucial, la obra de Lisandro Aristimuño sigue dinamizándose, encuentra nuevas generaciones en las cuales resonar, y se perfecciona a niveles de ajuste técnico e instrumental tampoco sin espejos por aquí.

“Yo tomo todo lo que escuché: soy un resultado de todos ellos”, dijo Aristimuño en una entrevista que le hice para un diario nacional en 2013, cuando estaba tramando los primeros ciclos de presentaciones de su último disco Mundo anfibio en el Gran Rex, con convocatoria siempre hacia arriba (y las plateas llenas también). Un festival de cuerdas para su alma de rock, un vuelo de melodías en ritmos con aires siempre más allá de lo que, en otros tiempos se nombró, hasta el hartazgo, como rock cuadrado. Predecible. Autoconsciente y poco desafiante. Pero el rock -como filosofía, como acción- siempre fue un cuestionamiento de sus propias normas y poderes, incluso cuando el mercado lo volvió un remedo trágico o satírico de los referentes esenciales. Aristimuño conecta con las tradiciones del rock argentino en su guitarra, en su capacidad melódica y en su ética de canciones, y su destreza está en hacer fluir sus canciones hacia otras tradiciones siempre en movimiento: las de, lo que se da en llamar aquí, folklore.

Una concepción amplia de música popular que también es herencia y resultante del trabajo de muchos de sus contemporáneos. Dar nombres sería pretencioso: demasiados artistas poco conocidos están en la misma senda de Aristimuño y bien lejos de todo ánimo posmoderno para leer la realidad y la cultura. Son creativos clásicos, con las herramientas de hoy, y todas las memorias musicales que les dio nacer a fines de los 70 y en los 80, atravesar los años del neoliberalismo con pavor pero con las antenas alertas, y esos radares son, hoy, quienes pueden electrificar sus guitarras, construir melodías con reflejos de músicas norteñas, o litoraleñas, atesorar las cosmogonías de los pueblos originarios, sufrir en las ciudades o en cualquier pueblo perdido, y salir a grabar, tocar y editar discos, como búsqueda de aire y de futuro. ¿Aire? Así como en el folklore se llama “aire de zamba” o “aire de chacarera” a una canción que respeta esas formas rítmicas pero no las estructuras de danza (o sea, emplean las formas para un desarrollo en otro contexto), Aristimuño se crea sus propios contextos de escucha cada vez. Las melodías hacen el resto: a él siempre se lo podrá cantar. ¿Requiere esfuerzo su música? La buena siempre demanda algo más que una difusa atención de fondo: letras y cuerdas acompañan ese fuego de rock, ese cielo de folklores.

Decía también en aquella entrevista de 2013: “Me di cuenta de que últimamente hay mucha juventud que ya pone ritmos folklóricos en sus canciones. Es una influencia muy marcada y está re bueno, porque genera una identidad que hay que festejar. Es nuestra música: qué mejor que lo contemporáneo tenga algo nuestro. En otras épocas no era así, o querían ser todos Rolling Stones o electrónicos pop”.


[Foto por Fram Rossi]

Música argentina del Siglo XXI. Artistas más votados: #8, Flopa Manza Minimal

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Por Joaquín Vismara
Periodista (Página/12, Rolling Stone)

La trascendencia a veces suele ir a contramano de las ambiciones. Algo nacido sin la intención de ser nada en concreto termina convirtiéndose en un mojón destacable del recorrido histórico. Flopa Lestani, Manza Esain y Ariel Minimal pueden dar cuenta de ello. Lo que comenzó como una reunión de amigos intercambiando canciones fomentados no más que por la admiración recíproca que generaba en cada uno de ellos la obra de los otros dos se terminó convirtiendo en un trío que pergeñó un único álbum de estudio, antes de disolverse en el tiempo por las obligaciones que cada uno de ellos tenía con sus proyectos individuales.

Cuenta la leyenda que, tras la disolución de Mata Violeta, la banda en la que tocaba el bajo, Flopa hacía circular entre sus amigos algunos CD-R con las canciones que grababa en su casa. Una de esas copias fue a parar a manos de Minimal, y el disco se convirtió en su soundtrack personal durante la última gira de Los Fabulosos Cadillacs antes de que el grupo pasase a estado hibernación. De regreso en Buenos Aires, el líder de Pez la contactó, y sumó al encuentro a Manza, a quien ya conocía desde que compartieron ambiciones madchesterianas en Martes Menta. Tres voces y misma cantidad de guitarras fueron más que suficientes para salir a presentar un repertorio que hubiera quedado perdido en el aire si no hubiera sido por un fan cordobés (el poeta Vicente Luy, nada menos) que se dispuso a financiar las horas de grabación de un disco que nunca estuvo en los planes de nadie.

En una primera aproximación, el álbum sorprende por su sencillez. A medida que se profundiza en él, esa simpleza deriva en intimismo y fragilidad pastoral. Desde “Los días por llegar” hasta “Bye Bye (creo que también ya lo escuché)”, el trío ofrece una docena de viñetas agridulces, en donde la constante parece ser la derrota, y la canción la mueca resignataria. El formato es la clave: salvo contadas intromisiones de baterías, guitarras eléctricas y piano rhodes, todo queda librado a las acústicas y los juegos de voces. Los tres armonizan con una prolijidad envidiable, en una dinámica en la que el protagonismo va rotando sin fricciones.

En algún modo, Flopa Manza Minimal es una ventana a miedos, incertidumbres y miserias de sus propios integrantes. “Soñando estrellas por la mañana, y por las noches esperando el sol, y no hay calma y mi alma no descansa nunca”, “Ni gracia me hace saber que en tu lista estoy debajo del Álbum Blanco”, “Ella envió de regreso mis cartas, mi orgullo, mi estupidez”… una colección de temores absolutamente terrenales e identificables. Cada palabra parece elegida con precisión quirúrgica. Al igual que con la música, todo está calculado en la medida justa.

Publicado a mitad del 2003 por Azione Artigianale, tanto el disco como el trío corrieron la misma suerte que los demos de Flopa que llegaron hasta Minimal. Esas doce canciones circularon de mano en mano, como si la necesidad de divulgar esa obra fuera una urgencia imposible de desatender. En un contexto en el que los artistas convocantes se peleaban por medirse en escenarios que sólo les quedaban a mano en un clima post devaluatorio, ahí estaban estos tres amigos haciendo patria a favor de la belleza de lo simple. Canciones a puro piel y hueso, como hacía rato no se escuchaban por estas latitudes (y que hoy en día tampoco abundan).

Flopa Manza Minimal pasó a estado hibernación al poco tiempo, cuando las fricciones entre el ala masculina del trío se pusieron ásperas como para seguir adelante. Desde entonces, cada uno retomó este cancionero por su lado (Manza en Valle de Muñecas; Flopa y Minimal en sus shows en solitario), lo que no hizo más que alimentar un culto deseoso por su regreso. El operativo retorno se dio en dos ocasiones en 2010 y 2014, en ciclos de shows que no prometían acciones a futuro, sino que celebraban pasado y presente. Aun si no llegase a materializarse una segunda entrega, Flopa, Manza y Minimal deberían estar orgullosos. Con casi no más que guitarra y voz, le dieron al rock local la colección de canciones más absurdamente linda que tuvo en décadas. 


Música argentina del Siglo XXI. Artistas más votados: #7, Divididos

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Por Federico Anzardi
Periodista (ex editor de Rock Salta, editor del blog Frases rockeras)

En 1998, una pancreatitis está a punto de matar a Diego Arnedo. La enfermedad obliga al bajista a bajar muchos cambios y a Divididos a replantear su carrera, por entonces incierta después del autoboicot por el éxito de La era de la boludez. Ese año aparece Gol de mujer, un compilado de lugares comunes del grupo. Un penal fuerte y al medio.

En febrero de 2000, el Suplemento Sí! pone en tapa a un Ricardo Mollo flaco que contrasta con el gordo que se comía las cuerdas de sus guitarras. El impactante cambio es “la consecuencia visible de una fuerte transformación interior”. “No sé qué hacer con mi pasado, con mi presente y mucho menos con mi futuro”, dice, contento con su incertidumbre existencial porque la ve como un nuevo comienzo. Ese año empieza a tomar clases de canto. El tipo que gritaba y roncaba despierto en la aplanadora noventosa comienza a dejarle el micrófono a un cantante limpio y profundo.

Divididos madura hasta posicionar esa revolución del ser en el lugar más importante de su motor creativo. Convierte a Ricardo Mollo en el gran protagonista de los últimos quince años de la banda. Narigón del siglo, yo te dejo perfumado en la esquina para siempre, publicado a principios de 2000, es la primera señal del cambio.

Para grabar el álbum, el grupo aprovecha el 1 a 1 y se instala en Abbey Road. La experiencia londinense entrega dos grupos de canciones separadas por temáticas bien definidas, a medio camino entre el sonido clásico de la banda y la innovación. Con el tiempo se convierte en uno de los discos más celebrados del trío.

Lo primero que se escucha en el disco es la radiografía social de un país cíclico. Divididos vuelve a hablar de una era de la boludez que sigue su curso. Narigón… marca características que van más allá del cambio de siglo. Señala la tendencia nacional a estallar siempre a fin de año, logrando una “mezcla rara de angustia y cañita voladora”. “La firma del opa” habla del menemismo en fuga y está musicalizada con un tambor metálico que le da un aire de gobierno de república bananera.
La otra sección de canciones es la más atractiva y representa el verdadero cambio. “Par mil”, “Qué pasa conmigo”, “Vida de topo” y “Spaghetti del rock” forman la columna vertebral de la renovación espiritual. Con una balalaika tocada por Arnedo y tablas hindúes a cargo del baterista Jorge Araujo, Mollo desinfla su ego reconociendo no ser tan importante y aclara que lo suyo no es una cuestión religiosa, sino una búsqueda interior que espera encontrar el alma. Probablemente golpeado por una separación traumática que lo lleva a preguntarse qué pasa con él y a empezar a entender que se agranda con un poco de amor, el flaco Ricardo no quiere angustia ni soledad. “Spaghetti del rock”, una balada con cuerdas y estribillo FM es una incursión inédita para la banda. Con la sensibilidad a flor de piel, Divididos deja de lado sus clásicas letras abstractas y pone las emociones al frente.

El 2000, año fundamental para Divididos, sienta las bases del futuro. En doce meses, el trío avisa que no se va a quedar quieto. La presentación de Narigón del siglo... en el Luna Park junto a DJ Zuker, el show experimental en la desaparecida FM Supernova y el concierto en el Pucará de Tilcara son muchos hitos en poco tiempo.

La mezcla rara de angustia y cañita voladora aparece otra vez en diciembre de 2001. Menos de un año después, Divididos vuelve a editar un disco mitad existencial y mitad escrito con el diario. Vengo del placard de otro es un álbum heterogéneo y desparejo, donde se percibe a un trío que todavía está buscando “qué puertas abrir, qué puertas cerrar”. Las morcillas de la tapa no sólo son el moretón del golpazo nacional post Fernando de la Rúa, también funcionan como cicatriz de la banda. El grupo atraviesa la tranquilidad después de la paliza, aún sin saber para dónde ir. La foto interna, con Arnedo en camilla tras haber sido asaltado y golpeado, es más que apropiada.

Otra vez, lo mejor está en la búsqueda interior. “Puertas” es una gran metáfora del caos mental y los desafíos de comenzar de nuevo. La inclusión de “Guanuqueando”, de Ricardo Vilca, grabada en vivo en Tilcara, no sorprende. Es un paso más en el camino folclórico de la banda. A Mollo se lo escucha mejor. En todo el disco ya canta distinto, pero acá disfruta en medio de un clima de peña no marketinera, sin ponchos. El audio que cierra el álbum (“Uei paesano”) parece agregado de apuro para respetar la cuota absurda de cada disco. Es un trabajo con poco humor, de recuperación y volver a ponerse de pie. Narigón del siglo... había sido el impulso, Vengo… es la duda, el preguntarse si el cambio es efectivamente posible.

La búsqueda continua en 2003 con un show acústico en el teatro Gran Rex, editado en un álbum doble llamado Vivo acá. Sirve para romper prejuicios y mejorar canciones. En 2004, Jorge Araujo abandona el grupo y lo reemplaza Catriel Ciavarella, el cuarto y hasta ahora definitivo baterista de la banda. Comienza entonces un ostracismo discográfico que impacienta a los fanáticos y a la prensa. Se vislumbra un Chinese Democracy autóctono. Pero el proceso que había comenzado en 1998 está consolidándose internamente.

“Más vale que los rockeros jamás se topen con los personajes hijos de puta demonios colaterales del gran estupefaciente de la represión que pretende conducirnos por el camino de la profesionalidad. Porque en esa profesionalidad se establece un juego que contradice a la liberación, que pudre el instinto, que modifica como un cáncer incontenible la piel original de la idea creada”, escribió un Spinetta rabioso en 1973 en su manifiesto Rock, música dura, la suicidada por la sociedad. Amapola del 66, publicado en marzo de 2010, reivindica las ideas del rock que originaron el movimiento en nuestro país y provocaron que Mollo y Arnedo se hicieran músicos. El disco rechaza la industria que reemplazó la angustia existencial de los inicios y que moviliza todo proceso creativo.

“Muerto a laburar” y “Amapola del 66” resumen la idea del disco. En la primera canción, Luca Prodan es utilizado por la maquinaria discográfica y comercial del rock, que lo vuelve morbo-pasión, bandera y ringtone. En la segunda, Mollo canta mejor que nunca y dice que el tiempo es hoy, abriendo un círculo que se cierra dos temas después, en “Senderos”: allí explica que viene de ayer, pero no es el ayer. Mañana es mejor. Spinetta omnipresente. Los herederos del Flaco podrían cobrar regalías por este álbum. Amapola del 66 no es una reedición de los viejos valores, sino una redención del ingenuo sueño del rock que sirve para trascender al ser, encontrar el alma.

En los últimos quince años, Ricardo Mollo y Diego Arnedo sumaron a su gran capacidad instrumental y compositiva un elemento que es más difícil de encontrar y que no aparece sólo por ensayar mucho con el baterista de turno: aprendieron a hablar sólo cuando tienen algo para decir. Alcanzaron la madurez conociendo sus tiempos. Nada suena forzado en el Divididos actual. Porque bebe de sus influencias y convicciones más profundas para mirar al futuro.


[Foto por Ignacio Arnedo]

Música argentina del Siglo XXI. Artistas más votados: #6, Pez

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Por José Miccio
Crítico de cine y música, docente

El rock argentino del siglo XXI se llama Pez. Trece discos en quince años. De Frágilinvencible a El manto eléctrico. Y un montón de canciones para guardar en el cajón que más importa: el de las cosas que nos sacuden el alma y nos ayudan a entender o dejar de entender por fin lo que nos pasa.

El universo de Pez tiene una extraordinaria densidad rockera. Salvo el reviente (desterrado ya en su primer disco) no hay relato del rock que no tenga su lugar. La independencia económica y artística, la habitación adolescente, la huida de casa, la inquietud existencial, la fortaleza anímica, la contracultura, la ecología, la tecnofobia, el existencialismo, el romanticismo lumpen, la ciudad que ahoga y fascina, la mística oriental, la nena. Todo tiene en Pez un eco, una tradición. En “La gota” está “Canción para mi muerte”. En “Maldición”, “Dale gracias”. En “Y las antenas comunican la paranoia como hormigas”, “Contra todos los males de este mundo”. En el librito del doble en vivo - “2 CDS, 29 canciones, ningún hit”- Minimal dice que “Desde el viento en la montaña hasta la espuma del mar” es Pez jugando a Crazy Horse, y que “Sus alas no vuelan, ya no pueden volar” es Pez jugando a Floyd. En “Cassette” la adolescencia está contenida en los Crass y en TSOL. En “Los lados B” la infancia está en la palabra Kiss. Y así con todo o casi todo. Porque no hay en Pez sino folklore, en el sentido -“raíz ancha”- que le da a la palabra “Por siempre”, la maravillosa canción que abre su disco de 2004 (Folklore, justamente).

Pero -evitemos confusiones- la discografía de Pez está muy lejos de ser un mero catálogo o un refrito de lugares comunes destinados a la identificación simple. El rock no es para Pez (sólo) repertorio, teatro e institución: es un código de límites indetectables para la educación estética y sentimental de los espíritus inquietos. En otras palabras: una música para las almas sensibles. Es obvio, pero recordarlo no está mal: la importancia de los discos no se mide en unidades contables. Se necesitan medidas de intensidad. Todos lo sabemos: hay discos-experiencia. Misiles que te meten en la pieza, que te llevan al garaje, que te sacan de casa para siempre. Pez habla de esto a cada rato, pero nunca con tanta claridad como en el díptico “Roma”-“Refugio”, de El porvenir. En “Roma” la canción verdadera no es la que pauta la radio (el lenguaje es anacrónico) sino la que estalla en la pieza. En “Refugio” el alma sensible realiza dos movimientos. Primero se encierra en su habitación para escuchar música e imaginar mundos imposibles (gran detalle de la letra: es en un momento instrumental que eso sucede, no cuando la canción dice sino cuando deja de decir). Después abandona el hogar donde gritan Tomás y Raquel (otro gran detalle, esta vez cotidiano, como el “Verónica ríe” de Cantilo en “El bolsón de los cerros”), listo para formar una banda de rock. Tal vez una como Pez, que trata temas complicados.

Alguien sufre, se ata a eso que lo lastima, canta la angustia impiadosamente, se da ánimo. El existencialismo rocker de Minimal viene de lejos. Es feroz y luminoso, porque el rock lo quiere así. Sucede desde siempre: los discos más oscuros (con las excepciones del caso) no nos ponen frente a nuestros propios tormentos sin ofrecernos a la vez un escudo insuperable con el que enfrentarlos. Andá (vení) que vas a volver, nos dicen. El riesgo es la sensibilidad, no la vida. Este drama es permanente en Pez, y adopta cientos de formas. El título más categórico al respecto es Frágilinvencible. En el conceptual y apocalíptico Volviendo a las cavernas la humanidad se inmola en el vino envenenado que toma con tanto gusto pero el mundo aparece otra vez en plenitud para la familia que en el sobre interno mira desde la cueva, lista para empezar otra vez. Si de imágenes se trata, hay una especialmente atractiva. El dibujo de tapa de Folklore (obra de Alejandro Leonelli) se llama “Lo que crece y se mueve progresivamente es derretido por el caos que baja y se abre camino sin armonía”. Pues bien, a esta amenaza Pez no deja de oponerle un movimiento de sentido contrario, cuyo dibujo podría llamarse: “Lo que baja y se abre camino sin armonía es detenido por lo que crece y se mueve progresivamente (o mejor a los saltos)”.

Toda la discografía de Pez es un escenario para el enfrentamiento de estas fuerzas. En “Todo lo que ya fue” gana lo que baja, en “Phamton Power” gana lo que crece. Pero el reparto no es parejo (y no hay empates, por supuesto, aunque sí fotos de la lucha indecisa, como “Rey, verdugo y esclavo”). Esto es rock, y en el rock triunfa lo que va para adelante, incluso (sobre todo) cuando las imágenes más poderosas no resultan las de la salvación sino las de aquello que nos acosa y lastima. A los rockeros les gusta Burroughs, pero al rock le gustan los clásicos, el romanticismo y los cuentos de hadas. El patito feo con una guitarra puede ser Pete Townshend. El adolescente sensible pasa de maricón a jinete en la tormenta. Es bien sabido: hace falta un príncipe que termine con el villano, pero sin villano no hay interés, ni drama verdadero, ni catarsis. Pez hace canciones como conjuros y exorcismos: hay que traer al demonio para espantarlo.

La mejor reflexión de Pez sobre esta disputa entre lo que oprime y el espíritu que da pelea es “Maldición”. La canción (segunda de Folklore) presenta la angustia con una pregunta-ruego (“¿Cuándo va a parar?”), recorre sus manifestaciones en frases límpidas, de dominio público (la falta de respuestas, la almohada que te abraza, las piernas flojas, la fórmula de rendición “todo es una mierda”) y finalmente hace entrar en escena a su antagonista (la resistencia anímica, el príncipe), luminoso y herido: “Pero un guerrero siempre avanza/ y en la punta de su lanza/ brilla el sol mientras no deja de pensar en:/ ¿cuándo va a parar?”. Es el optimismo del desesperado, incluido en una estructura circular que lo condena (que lo invita) a luchar sin vencer. Sísifo en versión Camus: hay que imaginar al guerrero feliz. “Saber que perdimos nos hace ganar”, canta Minimal en “20 días sin dormir”. Y en “Bettie al desierto”: “Ahora que ya es tarde/ Bettie vuelve a empezar”. En la tapa de El porvenir hay un viejo. Título para estas aventuras del alma rocker: “Haciendo real el sueño imposible”.

Hay otros pares en Pez, además del que forman lo que te detiene y lo que te empuja a continuar. Por ejemplo, persistencia y fluidez (un valor absoluto, asociado siempre a la calma y al mar). O este otro, afín pero no equivalente: identidad y devenir. Algunas canciones hablan de ser uno mismo, otras de perder la conciencia (nunca por medio de drogas), emanciparse de la física, fundirse con la naturaleza. De un lado: esto soy, esto hago, esto sé. Del otro: muto, me abrevio, me vuelvo inconsistente. En otras palabras: hay en Pez voluntad y mística. Autoafirmación y arrebato. Dos de sus covers: “I’m Not Down” de los Clash y “Parvas” de Almendra.

Todo esto sucede fundamentalmente en el lenguaje. Pero en una canción el lenguaje no depende de sí mismo. Minimal no escribe poemas (igual que Spinetta, igual que Solari). Un equívoco literaturista impide pensar en “Que me pisen” a la hora de identificar grandes letras de rock en castellano. O en “Juana de Arco”, esa maravilla de los Ratones Paranoicos. Pero lo cierto es que hay más arte en el “La-la-lala-la” de Juanse que en las profundidades a las que aspiran unos cuantos. No se trata -más vale- de que las letras no importen: se trata de que su poder depende casi todo de la música que lo hace posible. Una canción de rock dice antes que nada: Yo no digo, yo sueno. Y luego sí, una vez atrapados por el sonido, las palabras pueden resultarnos poéticas, volverse consigna o tatuaje, llegar a nosotros con una plenitud que parece provenir solo de ellas. Es inútil desestimar su energía. Copiamos pedazos (de letras) de canciones en la carpeta del colegio, en la agenda, en las remeras, en la pared, en el placar, en los libros, en las tarjetas que acompañan los regalos de amor. Pero es la música que subyace al recuerdo de la letra lo que determina su fuerza emocional. ¡¿Escuchaste lo que dice?! viene después de ¡Escuchá eso! En Pez abundan las frases de fácil transcripción. Y momentos asombrosos como la oración con frase adjunta con la que empieza “Por siempre” (“Se van -el tiempo apremia y tienen que partir- las almas”). Como las canciones están a la altura de lo que pretenden no hay riesgo de fatuidad. Pero a veces algo se pierde en estos éxitos: esas iluminaciones de la palabra que no existen más que en el sonido, que no envían señales cuando leemos las letras en el sobre del CD o en la página del grupo, y cuya maravilla no se puede comunicar sino poniendo play y diciendo: ¡ahí! En el sauna eléctrico de Pez, por ejemplo, “Árbol, dame asilo” es un momento más bello y más poderoso que declaraciones que parecen funcionar por fuera de la música como“Sin justicia no hay luz/ sin furia, libertad”, por recordar dos canciones del maravilloso El sol detrás del sol (“Desde el viento…” y “Tristezas del sur”).

Difícilmente alguien copie en su carpeta ese instante de gloria, cuya emoción inmensa se sostiene toda en el sonido. Pero es lógico: nadie nunca prefirió llevar encima “Luna loba dedo cal” en lugar de “Mañana es mejor”. Lo que importa es otra cosa: el hecho de que lo que nos hace anotar las palabras no está todo en las palabras sino en eso que no podemos anotar (la música tiene una escritura, por supuesto, pero el tema es otro). En el caso de Pez, que cambia y cambia, que se hace folk en Hoy, que se hace hard en Volviendo a las cavernas, que se hace progresivo en Folklore, que se hace punk en Pez, que se hace folk, hard, progresivo y punk en cualquier momento, incluso en una misma canción, en el caso de Pez, decía, lo que importa antes que nada es la brillante combinación de (presuntos) opuestos que conforma su sonido y el talento compositivo y vocal de Minimal. La voz decide buena parte de la fortuna de una canción: es el espacio en el que la letra y el sonido se vinculan y discuten. Se trata de un arte difícil, imposible de evaluar en términos de afinación. (Palo canta mejor que Aznar. Aznar es incapaz de pifiar una nota). La voz delicada de Minimal le hace bien a sus letras tremendas. O mejor dicho: hace a sus letras tremendas. Es como si Baglietto fuera punk y escribiera en plan Rimbaud.

Se puede decir: Pez toca sinfónico con fiereza punk y punk (en su fenomenal disco homónimo de 2010, por ejemplo) con profundidad sinfónica. Y también: si no fuera una banda genial sería una banda horrible. No una bandita más. No una de esas que: Sí, está bien, tienen lindas cosas. De ese límite delicado que separa a veces lo excepcional de lo insufrible (de ese riesgo mayúsculo) deriva buena parte de su excelencia. Las canciones más inflamadas de Minimal son la prueba mayor. No hay nada más conmovedor que el aliento épico de “Desde el viento en la montaña hasta la espuma del mar”, “Espíritu inquieto” y “Al espacio”, tres canciones de pura intensidad. Si fracasaran, serían ridículas. Triunfantes, detienen el tiempo, como Neil Young en “Caballo loco”, el homenaje de Pez al líder de Crazy Horse. Himnos místicos y existenciales, van bien adentro. No al inconsciente: al corazón. Uno los canta como poseído, con los ojos y los puños cerrados, doblándose, haciendo muecas. El que mira de afuera al que se sacude así no ve más que payasadas. Desde adentro se siente como un arrebato, como si la canción te transportara y te dejara otra vez quieto, el mismo y otro, perdido y encontrado.

Señalé tres canciones memorables. Pero hay muchas más. “Y las hormigas…”, “Cassette”, “Los orfebres”, “Y cuando ya no quede ni un hombre en este lugar”, “¡Vamos!,  “El viaje”, “Después de todo somos eso que ya no se puede ver”, “Faltan miles de años más”, “Sol, un fantasma en la ciudad”, la brillantísima “El manto eléctrico”. Debería añadir: sin olvidar las mencionadas previamente (“Maldición”, “Por siempre”). Y también: etcétera. Qué alegría. Pez tiene un montón de canciones que merecen un lugar en Escuchá esto si querés saber lo que me pasa y en Pfff, qué viaje, los dos clubes más selectos del rock. No hay en Argentina muchas bandas que se puedan jactar de semejante logro.


[Foto de Pez por Victoria Schwindt]

Música argentina del Siglo XXI. Artistas más votados: #5, Andrés Calamaro

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Por Oscar Cuervo
Editor de los blogs Taller La OtraUn largo y Uno cada día, conductor de La otra.-radio, docente.

A esta altura de la soirée creo que no hace falta presentar a Andrés Calamaro, estrella multitarget, artista transversal como no hay otro, lo supe desde la última navidad que pasé con mi tía Eva y ella me dijo: “qué lindas canciones que hace Andrés”. Ella nunca me habló así de Charly ni de Fito ni de Cerati, menos que menos de Spinetta. Así que ahí comprendí que Calamaro lo había logrado: instalarse en el corazón popular, tan difícil de alcanzar. Desde la otra punta de la legitimidad, y en la misma década, el Indio Solari versiona “El salmón” y comparte el escenario con Andrés, algo que sabemos que el Indio no hace desde aquel Excursionistas.

AC ya entró en el canon. Habiendo hecho constar su  versatilidad transgenérica, vamos a eximirnos de repetir las razones obvias. No vamos a descubrir a Calamaro. Trataremos de enfocar algunos pocos puntos que lo ubican como artista destacado del siglo XXI.

Si el citado siglo empieza en el 2000 (cosa que es materia de controversias, pero no nos conviene revisar eso justo ahora, que estamos terminando de publicar los resultados de nuestra mega-encuesta y los apuntes con los que nuestros amigos contribuyeron a analizar a los artistas más votados), entonces hay que admitir que justo ese año Calamaro arrojó la última bomba atómica del rock argentino, estoy hablando de El salmón, obviamente. Las circunstancias autobiográficas de su producción también estás sobre-escritas. Pero creo que vale la pena todavía pensar en qué momento de la historia del rock argentino aparece, cómo establece su contemporaneidad, cómo señala a sus precursores y determina su posteridad.

Hay una tensión de Calamaro con su propia obra a la que El salmón llega a ajustar cuentas. Él fue alguna vez el pendejo que opacó el brillo escénico de Miguel Abuelo en la primavera alfonsinista, con sus hits ligeros y pegadizos, algo que se reprocharía a sí mismo. Porque el alfonsinismo terminó como todos ya saben y casi al mismo tiempo, o un poco antes, Miguel se murió. El ambiente festivo de esa década corta resultó tener demasiada muerte olvidada sólo por un momento. Charly escribe ya en el año 88 (pero la grabará en el 98) “Todo el mundo quiere olvidar”. Lo reprimido vuelve: si hay una ley de la historia, una sola, es ésta.  Por ende, en el 89 presenta sus credenciales el Calamaro disidente, el otro, su lado noir, el Calamaro blue. Su carta de presentación es Nadie sale vivo de aquí.

Es menester señalar que hay al menos dos Calamaros, como había dos (o tres) Romeos, los Bang Bang de la canción de aquel disco del 89:

Él nació pegado a su hermano siamés
y una tercera cabeza que había sumaban tres
y juntos fueron estrellas de rock
pero la tercera cabeza no tenía relación
con los dos hermanos, Barry y Tom
y había que torcerse para no tocarse.
Dos Romeos son dos Romeos pegados
y alguna que otra Julieta hay
dos Romeos, dos romeos eran más
que cualquier Romeo individual.

De pronto, el chico de los hits vuelve algo sombrío y logra una inquietante metáfora para hablar de lo que la sociedad quería esquivar: “había que torcerse para no tocarse”. Ahí escala del talento al genio.

De todos modos, el tránsito posterior de Calamaro parece alejarlo de esa zona delicada: se va a España y con el rock insolente y expansivo de Los Rodríguez hace prevalecer su lado hitero, mucho más eficaz ahora puesto que su universo (su mercado) se ha expandido a toda el habla hispana. Eso parece no tener techo. Cuando la juvenilia madrileña de Los Rodríguez haya completado su ciclo (con algunos muertos a cuestas también), vendrá el AOR-de-un-single-tras-otro, Alta suciedad. Una gema elegante, producida por Joe Blaney, bien Los Angeles, con sonido internacional, balance perfecto, sesionistas soñados y cierta turra frialdad a través de la cual Andrés anunciará su disidencia de modo civilizado, de modo que todos quieran comprársela. Pero late ahí una sorda rabia que tanta brillantez aligera.

Hay luego un pequeño gesto: un año después de Alta suciedad AC edita un disco que a veces ni siquiera figura en su discografía oficial: Las otras caras de Alta suciedad, versiones no tan pulcras de algunos de los grandes hits, más un gusto por hurgar y apropiarse de un repertorio popular que va desde Gardel hasta Moris, pasando por boleros, rumbas y rancheras (gusto que expandirá en el paso siguiente). Hay ahí una desprolijidad tímida que va a explotar en el doble Honestidad brutal. A esa altura, el Bang Bang disidente toma el comando. Hace demasiadas (37) canciones, se pone oscuro un poco demasiado, se avinagra y se aspereza. Desde el título mismo, este disco extraordinario es ya un gran gesto pendenciero. ¿Contra quién? Contra la Compañía, contra el mercado, contra el público que lo venera por esas canciones redondas e irresistibles, contra el público que lo desprecia por esas canciones redondas e irresistibles.

Contra sí mismo.

El talento instantáneo y el dinero rápido lo han ido amargando por dentro. Mientras tanto, a ambos lados del Atlántico, un mundo vil corea sus estribillos.

Si todo hubiera quedado ahí, un historiador del rock en español diría: ese fue su disco descarnado. Su gesto honesto. Pero resulta que al poeta disidente no le parece suficiente (este pequeño ensayo adopta cierto gusto por la rima fácil, contagiado de ya saben quién).Y entonces se arma la podrida: La Podrida del Rock and Roll, podría llamarse, evocando a aquella Pesada de Billy Bond que tuvo una misión crucial en la primera mitad de los 70. El salmón es una revuelta y una vuelta de La Pesada del Rock and Roll, donde en lugar de tocar Billy, Spinetta, Pappo, Charly, Lebón, Gabis, Medina, Martínez, Pajarito Zaguri y Jorge Pinchevsky tocan Calamaro, Calamaro, Calamaro, Calamaro, Fogliatta y Pappo. Todos secundando a los diversos solistas que son: Calamaro, Calamaro, etc.

El salmón es un vómito del siglo XXI incubado en la fiesta demasiado larga de la década infame del siglo anterior. Hay por ahí algunos potenciales hits desperdigados que en otro contexto más amigable habrían sido recibidos con pitos y matracas (“Revolución turra”, “All you need is pop”, “Valentina”, “Tuyo siempre”, Gaviotas”, todos inoculados por una alta toxicidad que los bizarrea demasiado para las buenas maneras del pop); y una relectura sórdida de un repertorio entre popular y plebeyo, con deslumbrantes apropiaciones de “Así”, “Alfonsina y el mar”, “Libros sapienciales”, “El día que me quieras”.

Pero ese disco quíntuple con silueta de pescado alargado es una película de horror, el corazón de las tinieblas, una resaca muy insistente, un plano secuencia interminable de la era del pesar. La rabia que lo anima no le permite buscar matices para airear el ambiente. Calamaro nos incita a encerrarnos en su habitación oscura. Su facilidad para la melodía entradora es poco a poco dejada de lado y a medida que nos internamos en su melancolía terminal, este depresivo famoso amenaza con no soltarnos nunca más. ¿103 canciones? ¿307? ¿mil y una?

En este disco inmenso (literalmente) Calamaro logra un par de cosas: uno, convertirse en un labrador de la palabra, esto es: en un poeta. Vayan y oigan, las 103 letras se sostienen sobre sus propias patas, sin trucos pop. Dos: El salmón es el último gran relato producido por el rock argentino. Relato social escrito en primera persona, con una proximidad a menudo incómoda, como alguien que te habla demasiado cerca y te hace sentir su mal aliento. Pero no se trata de un ego-trip.

Hace poco un amigo volvió arrepentido a su casa,  
Y ya por acá ni pasa, ni el teléfono atiende.  
¿Serán las indicaciones del psiquiatra?:  
"Seguí con el Ribo, pero ni te juntes con el músico furtivo" 
No lo culpo, a mí me pasó algo muy parecido.  
Y me desintoxiqué, engordé,  
Y desayunaba al mediodía cinco minutos de felicidad.  
La verdad, que a veces mataría por otros cinco minutos más.  
¿Y que más? El resto de la vida  
¿La vida? ¿Cuál vida?  
La mía te asustaría.  
A mí que la vida me gusta también me asusta.  
La verdad que tengo momentos de debilidad.  
Y quiero ir al cine, ir a cenar al lado de una pareja de amigos,  
Hablar de Jarmusch y Abel Ferrara,  
Y ninguna mañana rara,  
Y ninguna mañana rara.  
Miro a los otros que son como yo... mala vida.  
Si no se suicidaron ya, fue por cobardía.  
Cómo quisiera ser tan diferente  

¿Qué habré recibido a cambio de ser un solitario del carajo?   
¿Un buen trabajo? ¿Facilidad musical? ¿Violencia intelectual?  
Fama, respeto... no está mal.  
Pero la herida es mortal.  

No estoy solo, de verdad,  
Me acompaña mi propia soledad.  
De verdad, me acompaña mi propia soledad.  
¿Nadie sabe lo que pasa con la gente diferente?  
El bohemio se pudrió mucho antes del milenio.  
¿Y el reo? Queda feo 

En un mundo grasa ¿qué pasa con los vagabundos y los borrachines y los soñadores?  
Yo te digo qué pasa: se quedan sin casa   
y la vida moderna los arrasa,  
Les pasa por arriba y se los morfa, se los come  
O los encierra bajo dieta de Cindor y cocaína  
O les lame el orto, esperando que terminen arrastrándo-se.  
No lo sé. 
A mí me parece claro como el agua podrida.  
C'est la vida... 

(“Mi funeral 11”, que parece que forma parte de una serie de varios “Mi funeral” que quedaron en alguna caja).

Antes de terminar, quisiera agregar que esta obra tremenda se inscribe en una tradición: la de “De nada sirve”, “Porque hoy nací” e “Informe de un día” (“Esta reflexión sólo me sirve para tomarme un café,/ y el amanecer que ahora me espera/ es garantía de mi fe”). El salmón no ocurre en Los Angeles ni en Madrid: es porteño hasta la médula. Y molestamente extemporáneo. Nadie por entonces batía la justa. Lo importante es olvidar, decía Dargelos. Parecería que después el rock argentino perdió esa potencia narrativa. Ya gobernaba la Alianza, no lo olviden. Las grandes narraciones en las que toda una comunidad puede reconocerse estaban a punto de irse de los recitales.

El resto es historia conocida.

Música argentina del Siglo XXI. Artistas más votados: #4, El Mató a un Policía Motorizado

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Por Facundo Lozano
Periodista y músico (Los Tremendos), conductor de Che, creo que te amo y Alta fidelidad

CANCIONES PARA EL FIN DEL MUNDO

Hace unas semanas fue el Festipulenta en el Club Cultural Matienzo. Ese día tocaron Francisco Bochatón, 107 Faunos, Adrián Paoletti y más. Cuando estaba todo terminado y yo, paradito en la puerta, esperaba que se desagotara el lugar para poder salir de manera pacífica y sin chocar mi inmensidad con todo lo que me rodea, mi mente empezó a cantar "Chica rutera". Obviamente a mi mente la siguió mi garganta y empecé a cantar. De todas maneras, lo que pasó después es lo que me hizo reescribir casi toda esta nota porque al segundo descubrí que desde adentro de Matienzo estaban poniendo esa canción a un volumen realmente escaso. Yo -al menos no conscientemente- no sabía que eso sucedía, no había escuchado que salía sonido desde adentro de la sala ya vacía. O sea, mi corazon, mi mente, mis receptores, mi sentimiento funcionó sin que me diera cuenta de manera pulsional y placentera ante un estimulo que claramente no podía evitar.

La cuestión es que mi relación con El Mató a un Policía Motorizado es de corazón: está mucho menos relacionada con mi mente, con mi capacidad de reflexión, que casi ninguna otra cosa de las que viví en estos últimos 10 años. Supongo que por esta razón, porque lo que me pasa con El Mató es inexplicable, por eso, y lo voy a repetir de manera redundante, por eso, por esa situación, es que jamás me costó tanto escribir sobre algo. Si algo te interpela, si algo te identifica, si una música o cualquier cosa te apasiona, te hace gritar, te pone contento, te mantiene pendiente, te hace repensar, discutir, pelearte y volver a enamorarte de eso mismo con lo que te habías peleado, si todo eso pasa es amor. Y cómo lo explicás si no sos Zygmunt Bauman. Soy periodista, ni psicólogo, menos sociólogo, también soy rapero y hasta en eso me influyó la figura de Santiago Barrionuevo (cantante, bajista, compositor y frontman de El Mató).

Creo que podría decir, como con poca gente de la música. que Santiago es mi amigo o al menos yo lo considero un amigo y quizás eso haga pensar al lector que mi vinculo impide que pueda hablar con una distancia, sin embargo, para mí la amistad no es esa simbiosis acrítica, perfecta e inmutable que muchos viven, imaginan o idealizan. Para mí la amistad (tema clave en el espíritu de El Mató) tiene una complejidad más grande y profunda. Hay idas, venidas, períodos de enamoramiento, de crisis; y si de verdad querés y apreciás lo que hace la persona que considerás tu amigo, en general, le decís lo que pensas de su vida y obra, te guste o no te guste. Con amor, claro, pero lo decís.

Las imágenes que me vienen a la mente para intentar describir al grupo, a su corazón, su ternura, su forma de relacionarse con quienes tenían la gentileza de escuchar atentamente lo que hacían cuando ellos recién empezaban, son miles: recuerdo a Santiago y Pantro Puto entrando al estudio de Radio de la Ciudad para disponerse a que los entreviste en la primera temporada de Alta Fidelidad, mi programa de radio, que también este año cumple 10 años. Lo recuerdo porque le pedí a Santiago especialmente que trajera una guitarra para tocar algunos temas en versión acústica, lo recuerdo porque me dijo que no le gustaba hacer eso, que lo intimidaba, que no lo hacía públicamente; lo recuerdo porque así y todo accedió y porque fue de las primeras veces que hizo esa maravilla de mostrar su material desprovisto del ruido y hoy eso se convirtió en un proyecto hermoso, paralelo, y que se retroalimenta con El Mató. Recuerdo el año en que jugamos con Santi, con el Chango, a ver quién se dejaba puestas las bermudas durante más tiempo en el año. Incluso en días con mucho frío. Me vienen las charlas con Alejandro Almada (el manager) sobre política, sobre peronismo, sobre el under, sobre la historia de nuestro rock, me viene la cantidad de veces que se copó en dejarme pasar a verlos y me llevó a saludar los chicos al backstage. Me acuerdo de una fecha que organicé en Plasma en donde tocaron Javi Punga y Santi y que fue alucinante. Las veces que se vino de La Plata sólo para hacer una nota conmigo y con Lucas Garófalo en Alta Fidelidad. 

No olvidaré jamás su cara de respeto y atención, seria igual, cuando luego de escuchar La dinastía Scorpio le comenté que no creía que les sentara bien ese sonido pulido que habían conseguido a fuerza de toques y grabaciones en estudios profesionales. No lo voy a olvidar porque era tan reciente todo que se lo comenté de una manera un tanto vehemente, para ser cariñoso con mi carácter de mierda, y él, lejos de enojarse, de irse, de "hacerse la estrella" o de pegar una ñapi tripera en la boca, me escuchó con atención, me rebatió cada uno de mis argumentos y siguió conmigo toda esa noche charlando y compartiendo buenos momentos. Aclaro, sus argumentos terminaron convenciéndome. Tengo un vago hilo de memoria que así y todo no borra de mi disco cómo el Chango daba vueltas para que le prestaran un bajo para poder tocar hasta que se compró uno.

Escuché muchas ideas de defensores y detractores de los chicos que con una guitarra comunista festejaron la navidad de reserva, ganaron un millón de euros en juegos de Play y pelotas de fútbol, le enseñaron a los hombres "machos" lo que son las mujeres bellas y fuertes, las chicas de oro, los que te ayudaron a revivir de ese día de los muertos, los que te ofrecieron ser parte de una dinastía no sectaria y tierna, y no sé qué pienso de ellas. Que son una banda kirchnerista; que Santiago es evangelista; que promueven la proliferación de pibes y pibas que creen que pidiéndoles un poco de plata a su padre va a estar todo más o menos bien; que son una banda novedosa, que va a llenar estadios; que es la nueva futbolización del rock; que nivelan para abajo; que son una banda que se repite a sí misma, que se copia. Sinceramente, creo que todas esas lecturas se quedan un poco cortas y tampoco creo que yo pueda ayudar a develar (no es desvelar) el misterio de por qué las canciones de Santiago marcaron estos diez años y marcarán la música argentina de aquí en adelante, cómo es que su revolución de los gordos sexys y románticos coincidió con la de Seth Rogen y ahora muchas chicas nos miran creyendo que podemos darles amor y entenderlas. 

Lo que sí se es que El Mató a un Policía Motorizado no es una banda que con sus canciones quiera cambiar el mundo, es una banda que con sus canciones quiere mejorar y ayudar a que la pasemos mejor en el fin del mundo. "Imagino y pienso seguido cómo se cruzan las diferentes profecías sobre el fin del mundo. Por un lado, el fin del petróleo; por otro, el fin de agua, el cambio climático. También están las profecías mayas y una baja del magnetismo de la tierra. La gente se vuelve loca, dementes peleando por nada verdaderamente importante. Entonces ahí, los que estén en armonía con el universo y entiendan la verdad, evolucionarán hacia una nueva era de luz. Supongo que habrá grupos, profetas, peleas, locura y mucha violencia romántica. Va a ser divertido", eso me dijo Santiago Barrionuevo en 2009, su visión fatalista y romántica cuando The Walking Dead recién empezaba. El Mató, un poco, esos protagonistas de una peli de George Romero que se sabe se van a salvar y yo, por lo menos yo, un zombie enamorado, un poco más inteligente y con corazón enamorado de su cerebro. Me siento parte de la comunión de las pandillas y de la de las parrillas también. 

Y vos, te pueden gustar o no, pero su importancia en esta década, quizás, sea un tanto indiscutible.

Música argentina del Siglo XXI. Artistas más votados: #3, Babasonicos

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Por José Miccio
Crítico de música y cine, docente

El siglo XXI no comienza para Babasonicos con Jessico sino con Groncho y Vedette, dos discos de su paradiscografia editados en 2000. Groncho es el compañero subterráneo de Miami. Vedette, el de Babasonica. No les falta mérito ni interés histórico. Incluso llama la atención que algunas de sus canciones no hayan encontrado la manera de salir de su zona de culto. “La hierba crece” y “Dopamina”, por ejemplo. O “Promotora”, cuyo antimenemismo explícito bien podría haber vuelto a Babasónicos una banda más simpática para quienes reniegan de sus mascaradas y no se conforman con “El shopping” y la tapa de Miami. Pero ni el calendario ni la virtud ni la mala conciencia pueden contra el disco que puso a Babasonicos en boca de todos y terminó por modificar de una vez y para siempre su carrera (hace quince años habrían abjurado de la palabra; ahora no se animarían a rechazarla sin pudor). Fondo amarillo, cactus brillante, curvas como culo o montañas, nombre de tipo que pone al femenino como género modelo, “El loco”, “Los calientes”, “Deléctrico”, “Rubí”. Mejor aceptarlo: hay que empezar por Jessico.

Una y otra cosa están obviamente vinculadas, pero el acontecimiento Jessico tiene menos que ver con el éxito comercial que con la música, que a partir de entonces se hará menos mutante (o más reiterativa, si se quiere). Comparar Pasto-Trance Zomba-Dopádromo-Babasonica-Miami con Infame-Anoche-Mucho-A propósito-Romantisísmico es pasar del salto al desarrollo, del cambio a la consolidación. (Hasta podría decirse: de la apuesta al cálculo, pero sería necesario suspender el descrédito moral de la palabra para considerar el problema estéticamente). Jessico está justo en el medio. Por un lado, participa todavía del feliz impulso metamórfico al que Babasonicos se entregaba en los 90 (lo que no impide que “Yoli” tenga detrás a “¡Viva Satana!”, y que “La fox” y “Tóxica” lancen sus adjetivos igual que “Charada” y “Sharon Tate”). Por otro, funciona como modelo para buena parte de lo que vendrá. Las letras anti-identitarias que cantaba Dárgelos tenían en los primeros discos reafirmaciones musicales permanentes. A partir de Jessico quedarán huérfanas y se harán más enfáticas y sentenciosas, porque en adelante Babasonicos preferirá sacarle lustre o ventaja a un modo de grabar y componer indudablemente propio y fatalmente previsible. En los 90 Babasonicos jugaba a sumar capítulos a una novela imposible. El siglo XXI es la historia de su estilo.

Es fácil encontrar en Jessico canciones de referencia. “Deléctrico” impulsa la composición de temas para la pista de baile (“Y qué”, “Suturno”, “Microdancing”: todos escandalosamente inferiores a su modelo). “Soy rock” y “Atomicum”, la de unos cuantos rockitos inexplicables (“Sin mi diablo”, “Once”, “Ciegos por el diezmo”, “Luces” “Estoy rabioso”, “El baile de Odín”). Un track bailable, uno o dos rockeros: después de Jessico casi todos los discos de Babasónicos acatan esta ley. Se trata de un sistema de remakes encubiertas o autocovers parciales que le da a cada  álbum un aire de familia y dos o tres canciones olvidables. En A propósito, y como si se hubieran aburrido un poco, enrarecieron los modelos sin por ello abandonarlos. “Fiesta popular” es un rockito humilde pero renovado. Más interesante, “Muñeco de Haití” empieza en la pista y se dispersa luego, como si el espíritu de Dopádromo hubiera despertado para ajusticiar el bombo y una letra demasiado obvia, ya sin el encanto del “vibren-bailen” de Trance Zomba.

También “Rubí” funda su propia serie, mucho más atractiva y elástica. Babasonicos no había hecho hasta entonces nada parecido, y nunca había sonado tan cerca de Virus. “Rubí” es su propia “¿Qué hago en Manila?”. “Capricho” (de Anoche) sale de acá. Lo mismo “Estertor”, “Mareo” y “La puntita”, todas de Infame. Puro kitsch para apretar. Y es que también las fuentes de dudoso prestigio por las que Babasonicos tuvo siempre debilidad cambian a partir de Jessico. Sandro, el bolero y la canción romántica toman el lugar de Russ Meyer, el western spaghetti y el cine de terror barato. Por eso Infame -tan “Rubí” dependiente- es al siglo XXI lo que Babasonica a los años 90: un disco conceptual. Si en un caso se trataba de pasar todo por el filtro del satanismo clase B, en el otro el juego consistía en llevar las cosas al límite de lo aceptable en términos de gusto. Los géneros e intérpretes de mala reputación aparecen en Babasonicos lo suficientemente respetados como para que lo que hacen no suene a parodia o mera burla, y lo suficientemente intervenidos como para desestimar la mímesis. Cursilería y distinción: dandismo trash.

(Nota veloz. En este modo de relacionarse con la cultura de masas, y en otras operaciones similares - convertir a la nena en putita y al pibe en pendejo, por ejemplo- se apoyan quienes acusan a Babasonicos de no ser más que una banda de hábiles cancheritos. El juego romántico que comienza en “Rubí” parece posmo, parece cínico, parece fácil. Plástico, bobo, conchetón, altivo. Pero si Babasonicos fuera sólo eso que sus detractores dicen no sería Babasonicos sino Banda de Turistas).

Y finalmente está la canción babasonica. La tarea de siglo, el corazón mismo del estilo. Jessico la anuncia, Infame la pone a prueba, Anoche le da forma definitiva, Mucho, A propósito y Romantisísmico la practican con una seguridad y un profesionalismo que no siempre carecen de brillo. He aquí unos cuantos títulos: “Curtís”, “Putita”, “Carismático”, “Yegua”, “El colmo”, “Muñeco”, “Yo anuncio”, “Pijamas”, “Escamas”, “Cómo eran las cosas”, “Las demás”, “En privado”, “El pupilo”. Son canciones compuestas casi siempre en tiempo medio, superproducidas, llenas de guitarras que no vocean su elegancia. Dárgelos combina en las letras formas coloquiales y frases que chico le dice a chica con manierismos tan hermosos como “La piel, los labios donde roza la bambula/ serán mi prado, mi vergel” o “Por mi cama pasa un río/ y en el río un rebaño abreva al sol/ y un pastor inmóvil sentado a mis pies/ me canta”. No todas estas canciones son buenas, pero algunas son brillantes. “Pijamas”, por ejemplo. O “El colmo”, una reflexión sobre el arte popular totalmente anticínica. Incluso hay otras -“Tormento”, “Humo”- que siguen el modelo y lo sacuden, sólo para demostrar su firmeza e imbatibilidad.

Perece un triunfo incontestable. Un modo de componer singular que se vuelve clásico. Como pasó con la canción calamaresca y con la canción serraniana. Pero de un tiempo a esta parte algo funciona mal en este sistema infalible. Es como si en determinado momento Babasonicos hubiera decidido que grabar discos era lo mismo que fundar un museo de su talento. Es lindo recorrer sus salas: siempre hay alguna pieza nueva que justifica la visita. Pero no deja de ser triste darse cuenta que si la canción que nos atrae está expuesta ahí es porque no respira con el brío suficiente como para salirse del cristal que la protege. Mejor aceptarlo: todo lo que empezó con Jessico terminó de moverse en Anoche. Lo que vino después es estilo, en el sentido menos interesante de la palabra. O sea, la identidad contra la que Babasonicos sigue cantando.


[Foto por Andrés D'Elía]

Música argentina del Siglo XXI. Artistas más votados: #2, Luis Alberto Spinetta

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Por Santiago Segura

La escena es graciosa al imaginarla: un adolescente de esta era pone Silver sorgo, llega a "Tonta luz" y cree que el tema salta, que está mal rippeado el disco a mp3. Mejor: que hay un error en la carga del tema en Deezer o Spotify (o, peor, que es un problema del full album en YouTube). Lo que no sabrá esa persona es que "Tonta luz" es así. La canción (¿vale decirle canción a ese collage sonoro tan clasicista como vecino de lo concreto/contemporáneo?) está rayada por decisión de su autor. Entre los cortes aparecen palabras sueltas, algunas que no se escuchan con nitidez y otras mucho más claras: "déja vù", ¿"nubes"? ¿"tu luz"? El proceso pareciera llevar la lírica a la acción:

Espera un instante fugaz 
en el que dejarse ir 
en la tonta luz que querrás entreabrir 
y así el vacío mirar 
y el bardo final 
de este mundo que aniquila el amor 
por dentro, todo es un túnel hacia ti, 
y para qué proseguir 
si tú te esconderás 
y de mí huirás 
en un súbito adiós 
como un ángel, 
sin dolor alguno, ¡ah!

Podría escribir este texto sólo con “Tonta luz”. El tema (mejor digámosle así) apenas si llega a los dos minutos, pero ya desde el título nos deja conclusiones. Spinetta empieza el nuevo siglo contradiciendo toda su obra porque… ¡¿Desde cuándo la luz es “tonta”?! Uno de los tipos que más nos habló del sol, ahora dice que la luz no va; al rato dirá (en... "Esta es la sombra") que sólo espera "ser la nube que propicie tu lluvia". Algo está por pasar. O algo pasó.

Eso que pasó viene de 1999, se llama Los ojos y es el disco en verdad iniciador del período '00 de Spinetta, porque a veces los números engañan. El principio del último Spinetta, quizá el más discutido por crítica y público (aunque, a juzgar por los números de esta encuesta, hay 300 músicos y periodistas que siguen venerando al Flaco). Una no tan vieja entrevista de Roberto Pettinato a Juanse en la revista La Mano, abril de 2005, contenía este diálogo:

—¿Estás de acuerdo que ya nadie escucha los discos de Spinetta de los últimos tres años, pero igual nos encanta que los siga haciendo?
—Sí, estoy de acuerdo.

La operación es simple: al menos con Spinetta vivo, sus discos de 2000 no eran demasiado escuchados. Y la sentencia no proviene de la charla entre Pettinato y Gutiérrez, sino del propio Flaco, que se lo dijo con humor a su hija Catarina en una entrevista para el canal CN23: "[Un mañana] es un disco lindo, la gente cuando lo escucha huye despavorida. (...) El más influyente es la Mona Jiménez, para mí. Lo pienso en serio, musicalmente hablando, su ritmo y su contagio pachanguero, eso, finalmente ha alimentado a mucho del rock. La parte fiesta del fútbol, no la parte asesina. (...) Quienes no somos muy pachangueros tenemos que sabernos ubicar y saber que no podemos ser tan punto de referencia, por más que todos los músicos admiren tu trabajo. Estamos en un momento muy Clubdelclanero, de escuchada fácil".

Volvemos a "Tonta luz". Decía Spinetta de ella, y Silver sorgo: "Es un rapto de desesperación. La escribí en el secuencer de mi Trinity, basándome en una forma andante, cambiando los acordes y jugando sobre la misma estructura rítmica. (...) Al terminar la canción, al cantarla y aceptar su deliberada monstruosidad, se me ocurrió agregarle un fragmento grabado durante la realización de Los ojos por otro gran técnico y amigo: Ramtés González, quien es el único técnico egipcio que trabaja en nuestro medio. Dicho fragmento es el producto de una feliz casualidad. Por curiosidad, al apretar yo un comando de la computadora, todo un pedazo de la canción empezó a sonar entrecortando simétricamente pequeños segmentos que se rebobinaban pero al derecho, hasta el comienzo del tema. Esta canción es de Los ojos, pero no quiero decir su título. De todos modos, alguien con oído fino e imaginación podría saber de qué se trata. La combinación de esta cola de cometa lingüístico con la letra de "Tonta luz", me hace feliz. Con eso resumo todo. (...) El nombre Silver sorgo tiene un sentido, o, bueno, en realidad, podría tenerlo. Es la emisión fallida de otra nueva divisa, ahora que se viene el euro. Esta nueva moneda es el silver sorgo. La Argentina es un gran productor de sorgo, entre otras cosas. Y silver, que significa plata. Sí, ya sé, el río. El río de guita que se va... El silver sorgo es una moneda irrealizable".

Vale recordar que Silver sorgo, el disco, salió en 2001. A veces los ojos del artista ven un rato antes el río que se va y el que se viene.

Spinetta suele ser tildado de aburrido, de reiterativo, de difícil. Spinetta 00 produndiza esa brecha para con el oyente huidizo a ciertas complejidades armónicas, ese macromundo que excede todo género, estalla en los oídos y lleva tiempo de asimilación. Sus temas próximos a lo que se concibe como rock ("Yo miro tu amor", "Agua de la miseria") eran celebrados en los shows como una excepción dentro de lo que imperaba, así como pasaba con las gemas de antaño. Pero bien: ¿cuánto hay de cierto en que el Spinetta de los últimos años practicó una quietudsonora cercana al estancamiento? ¿No hubo nada nuevo, siquiera rasgos novedosos, en su música? ¿Todo lo que hizo entre el díptico Los ojos-Silver sorgo y Un mañana es igual? La respuesta es no y con un poco de atención, se nota. Hubo un movimiento sutil que, es inevitable, tiene sus vaivenes con el pasado.

Ese movimiento es el que arrima a Spinetta a las aguas de la música negra (algo que se ha señalado bastante poco). ¿Un músico tan blanco en su sonido? Sí. A su manera, desde "No me alcanza", "Adentro tuyo", "Canción de noche", "No quiere decir" -y hay más, mucho más-, Spinetta roza el funk y el soul, como si hubiera (a)probado los discos que escuchaban sus hijos en los '90. O los que hacía el propio Dante con Illya Kuryaki and the Valderramas. "Me atrae el soul porque hay mucha musicalidad en las canciones y se encierran como misterios que son dignos de prestarles atención. (...) Esa mirada hacia el funk, la música de Stevie Wonder y de tantos otros genios me permite expandir el límite creativo un poco más arriba". El Flaco llegó al nivel de invitar a Dante y Valentino, con su grupo Geo Ramma, para reversionar en clave rap-metal un clásico de Almendra ("Ana no duerme", en el soterrado Obras en vivo). Y arremetió nada menos que con Necesito un amor de Manal, en la cumbre de Las Bandas Eternas. Las apuestas le salieron bien aunque los escépticos miren de reojo. El límite se expandió, se abrió un poco más.

Para los árboles es el disco donde esa búsqueda llega a su punto cúlmine, el más distinto o distintitvo del período. Spinetta se rodea de músicos ideales para lograr ese groove: Javier Malosetti; la corista Grace Cosceri, además coach vocal del Flaco (¿y la primera mujer en ser miembro estable de un grupo de L.A.S.?). También colabora un productor/técnico ducho en la materia, Rafa Arcaute, que se encarga de algunas teclas. La suma de los ingredientes hace de "Néctar" y "Vidamí" dos momentos embriagadores, mucho más livianos que otros Spinettas. Las programaciones ayudan: nunca habíamos escuchado al autor tan cercano a un pulso electrónico, aunque en Silver sorgo algo se insinuara. "Yo era sólo gelatina/ sin un esqueleto,/ sin organización alguna...", dice la letra de "Néctar": alguien olvidó darle play y replay al Spinetta bailable; y juro que lo escuché y leí elogiar a Beyoncé. Pueden horrorizarse... O bailar con él.

Pan es, a la larga, el disco más cálido de estos últimos años. El del sonido más orgánico y de banda. El de las canciones más hermosamente simples, como "Sinfín", "La flor de Santo Tomé" y "No habrá un destino incierto". "Dale luz al instante" y su "Estoy entusiasmado con tu corazón/ todos los días así, toda mi vida/ estoy iluminado con tu sencillez". El enamoramiento parece pegar y Spinetta suena más casero que nunca, relajado y con una banda que hace brillar su voz infinita y clara (sale Malosetti y entra Nerina Nicotra, otra dama; Sergio Verdinelli se hace cargo de los parches. El toque negro merodea a varias canciones, pero esta vez todo es más a flor de piel). "Bolsodios" se erige como una de las grandes canciones de todo el repertorio spinetteano.

¿Alguien dijo Repertorio? Allá viene Un mañana, el jukebox para fanáticos de todos los tiempos: "Tu vuelo al fin", para los setentistas más pesados (en todo sentido); "Hiedra al sol" y su link instantáneo a Kamikaze en otra obra cumbre, sonido a madera incluido; "Mi elemento" y la canción redonda que no aparecía desde "Seguir viviendo sin tu amor"; "Hombre de luz", "Vacío sideral" y el velo de los últimos ochentas; la estructura modular de "Canción de amor para Olga" y el instrumental "Un mañana" para reubicar en una zona de privilegio a Jade. Es el disco de los hipervínculos, como si el tipo -otra vez- hubiera sabido más que nosotros. El postre vendría al año siguiente con la sorpresa (y el show) más grande de toda su carrera.

"Spinetta y Las Bandas Eternas" nos dejó boquiabiertos desde su propuesta, con El Flaco junto a todos sus grupos legendarios haciendo un recorrido sin reniegos por toda su obra, de punta a punta. La concreción fue aún más fulminante: cinco horas y media de la música que a muchos les (nos) cambió la vida. Una reunión con amigos -sus grupos, sus discípulos, sus contemporáneos-, un acto de resistencia, un desafío a la memoria y el cuerpo porque, quién iba a resistir cuando el arte atacara... Algunos se fueron, cansados, antes de que el concierto llegue a su fin; hoy se lamentan. Los que nos quedamos no podemos explicarlo. Están (casi todos) los temas para escuchar, los videos para ver y los libros para contemplar las fotos de todos los músicos presentes. Pero los momentos son irrepetibles.

La luz, que había vuelto hace rato, fue del mañana al pasado. Hubo reconciliación. Cuando todo volvía a sus carriles habituales (para nosotros, los espectadores: esperar con atención un nuevo disco de Spinetta, ir a verlo y que arme shows con listas de temas completamente insólitas, etcétera) llegó un período de incertidumbre, sin novedades y en silencio. Y la noticia canalla, filtrada, y lo que se sabe.

La tonta luz.

Al final, qué luz de mierda.


[Foto por Sebastián Arpesella]

Música argentina del Siglo XXI. Artistas más votados: #1, Gustavo Cerati

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Por Gonzalo Aloras
Músico

GRACIAS PORVENIR

¿Cómo hacer para que un momento del mundo se vuelva duradero y que exista por sí mismo? La escritora Virginia Woolf daba una respuesta: “saturar cada átomo, eliminar todo lo que es escoria, muerte y superficialidad. Todo lo que se adhiere a nuestras percepciones”.

Toda sensación (las obras, las canciones, las películas, nos dan sensaciones) es una pregunta y un devenir. Pero un devenir no necesariamente humano. La música nos trasforma mientras va sonando y cada canción aporta una potencia no humana en el hombre. Como el amor vegetal:

“Sabia savia por mi cuerpo 
como oro de Acapulco. 
Estoy preparándome, 
no sé qué me pasa 
que ya no puedo volver 
(al oír... al oír...) 
Tanto irme por las ramas
 ahora recorro las heridas. 
No fue suficiente fe una vez por semana
 y ya no puedo volver 
al oír... al oír... 
Mi voz vegetal. 
Necesito hoy 
tener amarrados los pies; 
en el aire sé que soy
 nada más que menos
 de lo que podría ser. 
Me resisto
 a empujarte
 a otro juego de azar 
en el aire 
reverbera el ansia de mi voz, 
mi voz vegetal, vegetal; 
amor vegetal.”

UNA ESCULTURA VOCAL

Con la voz, Cerati supo construir esculturas musicales. Sus canciones, sus composiciones, adquirieron en las grabaciones una consistencia inusitada gracias a ese trabajo de escultor vocal. No se trata sólo de técnica, se trata de coloración y de singularidad. La cualidad de su voz es la de ser plena, con una clarísima dicción y una extraña compresión natural continua en la dinámica de todas las frases, lo que viene a ser algo así como una escultura en la que el material no flaquea nunca, por su propia naturaleza, dándole así, eterna sensación y fuerza a la imagen esculpida. Es su voz la que atrapa, transporta y convence.

LA VOZ DEL ACTOR

Quizá la clave para entender el estilo Cerati sea apreciar su don actoral: es el acting al decir las letras, lo que da ese tono épico a cada una de sus frases, por plásticas o superficiales que pudieran ser. Ahí reside, creo yo, su mayor aporte a al pop argentino. ¿El Bowie local? De algún modo, Bowie inventa el acting vocal en el pop mundial, esa impronta que pareciera estar siempre cantándole al calor de las masas.

LA GUITARRA

Como guitarrista fue un músico que hizo valer su gusto por sobre su virtuosismo; no hay escorias, no hay sobras, no hay redundancias. Todo en función rítmica y bajo un vidente concepto de economía musical. No son los solos ni sus fraseos, sino su rítmica, la que produce lo real y su mano derecha la que nos ofrece dar vueltas por el universo. Tanto en el trabajo de composición de guitarras con Soda Stereo para logar un sonido power trío como en la etapa solista, para lograr ambientes y paisajes. Con el uso de efectos, pedales y todas las tecnologías aplicadas a la transmutación del sonido de guitarra eléctrica, interesado sobre todo en la sonoridad de las guitarras como al nivel de la sonoridad de sus textos.

LA MÚSICA

Insisto siempre en la originalidad de sus secuencias armónicas porque encuentro ahí un plano de ideas arriesgadas que jamás decayó. El uso de la armonía en secuencias armónicas, intervalos entre acordes, más que los acordes en sí. No son sus armonías complejas o enriquecidas, sino el devenir, el proceso, el camino, el pasaje de un acorde a otro lo que crea la novedad y la sensación de alegría en cada canción. Mismo criterio y concepto en las composiciones como en los arreglos de guitarra. Un día grabamos en el estudio Ave Sexua un tema para Deborah de Corral. Me tocaba grabar un arreglo de guitarra. Cuando terminé, pedí otro canal para doblarlo (es decir, grabar dos veces el mismo arreglo para superponerlos) un poco por gusto y otro por costumbre. Gustavo me dijo que no, que no hacía falta, que la superposición es en muchos casos sinónimo de redundancia y por consecuencia pérdida de claridad y eficacia.

LAS LETRAS

Cerati creó su estilo lírico en una suerte de serialización y distribución de aforismos, al modo nietzscheano. Curiosamente se confesaba casi imposibilitado para la labor de escribir las letras de sus canciones. Cuando había terminado de grabar las bases de Fuerza Natural me compartió la sensación o el temor de que al ponerle letras a ese disco decayese en gran parte la gracia de su paisajismo, de su viaje esencial. Sin embargo, gracias a estas imposibilidades y a un propio método basado en la creación de aforismos (o frases, ideas, imágenes) distribuidos a lo largo de letras livianas logró darle vuelo al resto de los versos como si estos encontrasen su apoyo de sentido y su justificación en esas breves sentencias afirmativas. Sumado esto al sonido escultural de su voz y al acting épico de su interpretación.

Hagamos una lectura de la obra lírica de Cerati desde esta perspectiva de esa suerte de aforismos dichos en tono épico con una voz profunda y clara, el método de consistencia y composición. A través de ellos también podemos apreciar distintamente la ética filosófica inmanente a sus expresiones, afirmaciones e ideas. Hay un vitalismo que sobrevuela su modalidad trágica y mágica. Para aquellos que quieran y puedan hacerlo, también es recomendable analizar la relación de estos fraseos con sus respectivos movimientos armónicos.

La verdad que más engaña saber
("Engaña"– Cerati – Bocanada, 1999)

¿Qué otra cosa es un árbol, más que libertad?
("Raíz"– Cerati – Bocanada, 1999)

Y cuento verdades como mentiras, la culpa es de nadie, sólo mía 
("Verbo carne"– Cerati – Bocanada, 1999)

Mereces lo que sueñas 
("Beautiful"– Cerati – Bocanada, 1999)

Desordené átomos tuyos para hacerte aparecer
("Puente"– Cerati – Bocanada, 1999)

Fluir sin un fin más que
("Río Babel"– Cerati – Bocanada, 1999)

Si el lenguaje es otra piel, toquémonos más con mensajes de deseo 
("Otra piel"– Cerati – Ahí vamos, 2006)

Suspiraban lo mismo los dos y hoy son parte de una lluvia, lejos
("Adiós"– Cerati – Ahí vamos, 2006)

Vamos despacio para encontrarnos, el tiempo es arena en mis manos
("Lago en el cielo"– Cerati – Ahí vamos, 2006)

Qué otra cosa puedo hacer, si no olvido moriré
("Crimen"– Cerati – Ahí vamos, 2006)

No te confundas, no sirve el rencor. Son espasmos después del adiós
("Adiós"– Gustavo y Benito Cerati – Ahí vamos – 2006)

Chica con ojos de ayer, sé que vibras también.
La extraña sensación de no pertenecer a este mundo 
("Medium"– Cerati – Ahí vamos, 2006)

Cuando lo crea oportuno, abrir…
abrir un hueco en el futuro, fundir…
fundir mi sueño con el tuyo, por fin…
y que por fin seamos uno entre mil
("Uno entre mil"– Cerati – Ahí vamos, 2006)

Recordarte es un hermoso lugar
("Otra piel"– Cerati – Ahí vamos, 2006)

Separarse de la especie por algo superior 
No es soberbia, es amor
("Adiós"– Gustavo y Benito Cerati – Ahí vamos, 2006)

El arte de vivir por encima del abismo
("Medium"– Cerati – Ahí vamos, 2006)

Todo acaba bloqueado entre tanta histeria
("La excepción"– Cerati – Ahí vamos, 2006)

Sé por tus marcas cuánto has amado, más de lo que prometiste 
("Lago en el cielo"– Cerati – Ahí vamos, 2006)

He encerrado el cielo para ti, ya no tengo tierra para mí
("Avenida Alcorta"– Cerati – Amor amarillo, 1993)

Con mi salvaje corazón; los vicios no son del cuerpo
("Pulsar" – Cerati – Amor amarillo, 1993)

No dejaré que seas fría; yo podría calentarte para abandonarme y renacer
("Amor amarillo"– Cerati – Amor amarillo, 1993)

Creo en el amor porque nunca estoy satisfecho
("Pulsar"– Cerati – Amor amarillo, 1993)

Ella es mi espejo y refleja lo que soy
("Lisa"– Cerati – Amor amarillo, 1993)

Explosiones en tus ojos, agujeros en la tierra y un verde profundo en el mar
("Amor amarillo"– Cerati – Amor amarillo, 1993)

Es que la vida es gas 
("Pulsar"– Cerati – Amor amarillo, 1993)

De una vida a otra vida 
("Te llevo para que me lleves"– Cerati – Amor amarillo, 1993)

Es extraña esta ciudad o yo estoy fuera de escala
("Paseando por Roma"– Soda Stereo – Sueño Stereo, 1995)

Debe ser el hábito de esperar que algo quiebre el unísono
("Ángel eléctrico"– Soda Stereo – Sueño Stereo, 1995)

Un nuevo acorde te hace mirarme a los ojos
("Ángel eléctrico"– Soda Stereo – Sueño Stereo, 1995)

Lo que para arriba es excéntrico, para abajo es ridiculez 
("¿Por qué no puedo ser del Jet-Set?"– Soda Stereo – Soda Stereo, 1984)

Tengo mal de alturas y aquí vuelan pájaros de oro
("Pasos"– Soda Stereo – Sueño Stereo, 1995)

Es el efecto doppler cuando te alejas de mí 
("Efecto doppler"– Soda Stereo – Sueño Stereo, 1995)

En esta hiperhistoria todos quieren un flash y pocos algo para ver
("Ojo de la tormenta"– Soda Stereo – Sueño Stereo, 1995)

Cuando está oscuro todo empieza a verse más claro en mi constelación.
("Crema de estrellas"– Soda Stereo – Sueño Stereo, 1995)

Aún tengo al sol para besar tu sombra
("Ángel eléctrico"– Soda Stereo – Sueño Stereo, 1995 )

El sol no tiene oídos pero su lengua me atrapó
("Tracción a sangre"– Cerati – Fuerza Natural, 2009)

Te llevaré hasta el extremo
("Juego de seducción"– Soda Stereo – Nada personal, 1985)

Me sirve cualquier pretexto, cualquier excusa, cualquier error. Todo conspira a mi favor
("Magia"– Cerati – Fuerza Natural, 2009)

Dios es bipolar 
("Fuerza Natural"– Cerati – Fuerza Natural, 2009)

Cambiará, como el mar, lo que siento. Es algo natural
("Fuerza Natural"– Cerati – Fuerza Natural, 2009)

Tener la cura para todo mal que no merezcas 
("Sulky"– Cerati – Siempre es hoy, 2002)

Mutación del porvenir es la eternidad
("Cosas imposibles"– Cerati – Siempre es hoy, 2002)

No me hablen de esperanzas vagas, persigo realidad
("Cosas imposibles"– Cerati – Siempre es hoy, 2002)

Duele de placer tu cicatriz en mí
("Tu cicatriz en mí" – Cerati – Siempre es hoy, 2002)

Todo lo profundo ama el disfraz 
("Camuflaje"– Cerati – Siempre es hoy, 2002)

Voy a hacer que mis cenizas vuelvan al papel
("Cosas imposibles"– Cerati – Siempre es hoy, 2002)

Las decisiones siempre llegan tarde, las piezas que quedan jamás encajan 
("Colores santos"– Cerati y Melero – Colores santos, 1992)

Precisamente todo esta pasando aquí y ahora
("Aquí y ahora"– Cerati – Bocanada, 1999)

Vuelta por el universo
("Vuelta por el universo"– Cerati y Melero – Colores santos, 1992)

¿Quién sabrá el valor de tus deseos? Quién sabrá
("En remolinos" – Soda Stereo – Dynamo, 1992)

Sólo meterme en tu ritual y descifrar tu enigma
("El rito"– Soda Stereo – Signos, 1986)

Tráeme la noche. No puedo estar despierto más sin verla
("Tráeme la noche"– Cerati y Andy Summers – Outlandos D'Americas..., 1998)

La luz no deja de pulsar 
("Pulsar"– Cerati – Amor amarillo, 1993)

Meses navegando, tierra a la vista: todo volverá a ser como fue 
("Hombre al agua"– Soda Stereo – Canción animal, 1990)

No me sigas, no sé a dónde voy 
("Claroscuro"– Soda Stereo – Dynamo, 1992)

Al menos sé que huyo porque amo
("Prófugos"– Soda Stereo – Signos, 1986)

Una eternidad esperé este instante 
("Entre caníbales"– Soda Stereo – Canción animal, 1990)

Cuerpos de luz corriendo en pleno cielo. Cristales de amor amarillo
("Amor amarillo"– Cerati –Amor amarillo, 1993)

Bailando hasta cambiar la piel 
("Afrodisíacos"– Soda Stereo – Soda Stereo, 1984)

Florecer mirándote a los ojos: perfección
("En remolinos"– Soda Stereo – Dynamo, 1992)

Por descuido, fui víctima de todo alguna vez
("Corazón delator"– Soda Stereo – Doble vida, 1988)

Y sin embargo... ¡Lates!
("Final caja negra"– Soda Stereo – Signos, 1986)

Yo siempre amé tu locura
("Tu locura"– Cerati – Canciones elegidas 93 94, 2004)

Sigue el curso de agua que nos lleve donde nunca fuimos
("Aquí y ahora"– Cerati – Bocanada, 1999)

La tarde está cayendo en tus ojos 
("En camino"– Soda Stereo – Signos, 1986)

No hay nada mejor que casa
("Té para tres"– Soda Stereo – Canción animal, 1990)

Yo no puedo ser libre sin vos
("Danza rota"– Soda Stereo – Nada personal, 1985)

En definitiva, más allá de este análisis del estilo y el método Cerati, su música es un todo indivisible que ha colmado de gracia las almas de muchos jóvenes latinoamericanos, dándonos espacios y tiempos para volar, para reinventar nuestra realidad cotidiana y para querer esta vida tal cual es, con total alegría.

Gracias porvenir.

Música argentina del Siglo XXI: todos los votos

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La semana pasada terminamos de publicar la serie de ensayos breves que analizan la obra de los músicos más votados en nuestra encuesta Música argentina del Siglo XXI. Habíamos prometido publicar, además, el listado completo de encuestados y sus respectivas elecciones. Y aquí están, para que ustedes puedan ver que lo que se votó es mucho más que la lista de "ganadores".

Esto fue una coproducción de La Música es del Aire, Patologías Culturales, Un Largo y La otra para el programa Antojo, que se emitió durante las trasnoches de febrero en FM La Tribu. Dice Oscar Cuervo, responsable de Un Largo y La otra:

"Estamos contentos de haber hecho la tarea, porque creemos que no hay hasta hoy un relevamiento sobre la música argentina del nuevo siglo más completo que éste. Los resultados, en términos de artistas más votados, así como los puntos de vista expresados en los ensayos, son por supuesto discutibles. No podría ser de otro modo. El dispositivo de las encuestas tiene límites epistemológicos muy evidentes. Y una encuesta como ésta habla tanto de la música que se está haciendo en esta parte del mundo como de los supuestos sobre los que se encara la consulta. Quizás la falla más evidente sea que nos propusimos abarcar toda la música argentina sin distinción de géneros, pero el resultado fue acaparado por la música de rock, que es algo así como el mainstream de esta época. Detrás de estos resultados hay, más que nada, muchas discusiones para dar, pero también es una buena oportunidad para descubrir discos, canciones, músicos, estéticas que se nos habían pasado por alto o para medir la distancia que nos separa de los consensos. Incluso, quizás lo más interesante sea cuestionar la idea misma de consenso. Los textos quedan completos en los blogs La Música es del Aire y Un Largo. Y los Bonus ya llegan".

Poco queda por agregar: es evidente que la encuesta no se arroga la "verdad" sobre lo que sucedió en estos años de música argentina, sino que aquí se toma una foto y se da un inevitable recorte relacionado con el perfil de los 301 electores. Nos hubiera gustado que participe aún más gente, aunque la muestra no sea para nada despreciable: el tiempo nos corrió un poco porque Antojo es un programa de verano (dura lo que febrero) y bien sabemos que esa época es de vacaciones y giras. Allí, quizás, perdimos un caudal de votantes que hasta pudo haber inclinado el resultado final hacia otros lares. Con todo, los resultados de una encuesta siempre terminan siendo objeto de discusión (los propios organizadores discutimos los resultados, ¡contrario a lo que muchos lectores nos reclaman, como si hubiéramos digitado todo!). Podrán ver la lista y, como dice Oscar, encontrar músicos y discos que ignoraban por completo. Que sirva de guía, entonces:

[TODOS LOS VOTOS: VER EN GOOGLE DRIVE - DESCARGAR CON MEDIAFIRE]

[ARTISTAS MÁS VOTADOS]
[DISCOS MÁS VOTADOS, PUESTOS #1 A #10]
[DISCOS MÁS VOTADOS, PUESTOS #11 A #17]
[DISCOS MÁS VOTADOS, PUESTOS #18 A #25]

Para ir: FestiMike, cómo dar una mano con música

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Hace unos días supimos una noticia de esas que de vez en cuando aparecen en las redes sociales: un amigo al que le roban el celular, algún músico que pierde o le roban su instrumento, etc. Esta vez, le tocó a Miguel Barrenechea, amigo de la casa, músico de Placard. En su caso, la cosa fue bastante pesada: ladrones entraron a su casa y se llevaron, literalmente, todo. En ese todo entran sus herramientas de trabajo, es decir instrumentos, pedales, equipos, computadoras. Aquí pueden ver la descripción de lo perdido y ayudar si es que ven algo en el mercado.

Además, se están organizando unos cuantos festivales (en Buenos Aires y en Córdoba) para dar una mano. El próximo jueves 16 será el primero: amigos y conocidos cantautores se unen para ayudarlo a Miguel. La entrada tendrá un valor de $30 base y quien quiera podrá colaborar con algo más, cualquier objeto o instrumento musical, ya sea un cable, afinador, lo que sea para poder ayudarlo a Mike a salir de esta situación tan fea.

La propuesta, además, es más que interesante por los músicos que se presentarán. Ellos son:

Pablo De Caro (Cosmo)
Nicolás Mateo (Inventado Antiguo)
Germán Bertasio (Sherman Cancion)
Nahuel Andres Raña (Nahuer)
BadManu
Santiago Azpiri (Pequeña Orquesta de Trovadores)
Maximiliano Calvo (Intrépidos Navegantes)
Diego Acosta
Augusto Giannoni (Fantasmagoria)
Javi Punga
Maxi Disfrazado tocando temas de Neil Young
Ivo Ferrer (Los Tremendos)
Martín Vecchio
Pola Huarte
Dany Hokama
Martín Nahuel Rabaglia
María Pien

La cita es en Naranja Verde (Av. Santa Fe 1284 timbre izquierdo, Buenos Aires). El que se dé una vuelta, de paso, va a disfrutar de buenas canciones y se va a llevar una sorpresa.

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